La Rochelle

     Tenía cincuenta y seis años cuando enviudé. Dos hijos de veintidós y veinticuatro en los cuales centré mi vida- porque era mi deber supongo- pero también para dejar de pensar y mitigar de alguna manera mi pena. A partir de esa súbita e inesperada soledad todo lo demás en mi se fue apagando como un cirio que se consume lentamente formando una laguna de cera informe que con el tiempo terminó por secarse del todo. Hasta que un día esa extraña joven de cabellos endemoniados y palidez extrema apareció ante mis ojos.

    Era sábado por la noche, una noche extraña; o tal vez fue cosa mía no sé; pero era una de esas en la que la neblina casi rozaba el suelo cubriéndolo todo con su manto espeso y a pesar de ello la luna, llena como nunca, asomaba por encima terca y brillante. Con un entusiasmo -debo reconocer- poco común en mí, propuse a mis hijos salir a cenar. Me miraron con extrañeza y aduciendo ya tener planes, no tardaron en salir huyendo de casa y de mi aburrida compañía. Me senté en el salón y el silencio que me rodeó; que en otro momento seguramente hubiese disfrutado; se me hizo insoportable. Deambulé por la casa unos minutos y finalmente decidí tomar un baño y salir. No me provocó coger el coche y a pesar de que por momentos, no podía ver más allá de mi propia sombra proyectada en el asfalto, opté por caminar los senderos sinuosos que atravesaban espesos tramos de bosque de Two Mile Ash y que después de vivir ahí más de quince años, me conocía de memoria.

    En un momento, la sensación de que alguien me seguía, recorrió como un escalofrío mi espalda e hizo que me detuviera. Escuché el sonido seco de ramas que se quebraban y hojas arrastradas como por pisadas. – ¿hola? – pregunté con cierto temor y el sonido se apagó de inmediato. Esperé un segundo y al ver que nada sucedía, supuse que había sido algún zorrillo o conejo silvestre de esos que suelen pulular por estos lares. Con tranquilidad retomé el rumbo hasta dejar atrás la parte más tupida del bosque distinguiendo como la luna penetraba a tijeretazos aquel tul de neblina tiñéndolo todo de un hálito mágico. Cerca de veinte minutos después llegué a la Rochelle, un restaurante pequeño que se elevaba sobre pilotes de madera al borde del lago de Great Holm y al cual no recordaba haber entrado nunca. Me sorprendí que estuviera desierto pues la vista que tenía al lago era espectacular. - La comida debe ser atroz- pensé. Sin embargo obvié aquel detalle y me acomodé en una de las mesas junto a la ventana. Tuve que sacar las gafas para leer la carta pero ni aun así logré entender uno de los platillos que anunciaban. Todos venían con nombres en un idioma que no supe descifrar. Tras una breve traducción por parte del camarero, ordené un lomo a la parrilla con vegetales cocidos, una copa de vino tinto y una canasta de pan con salsa de aceite de oliva, vinagre balsámico y hierbas mientras esperaba.

   Bebí un sorbo de mi copa, remojé un trozo de pan en la salsa y me perdí en las aguas platinadas y desiertas del lago, enmarcadas por la maraña de arboles desnudos y deprimidos, típicos del otoño británico y esas pequeñas concentraciones de niebla que parecían ya sucumbir bajo sus aguas. - ¿Dónde duermen los patos en la noche? – pensé, pues de día solía estar poblado de ellos y eran la atracción preferida de los niños que acostumbraban rondarlo en bicicleta por las tardes. De pronto mis divagaciones se vieron aderezadas por un olor a hierba recién cortada mezclado con un perfume dulzón como a canela que se introdujo como un huracán hasta el último rincón de mis entrañas. Fue tan embriagador que tuve que girar la vista y descubrí a una muchacha de unos veintiocho años, de cabello cortito y despeinado adrede que dejaba al descubierto su cuello largo como de cisne. Llevaba una falda tubo de cuero negro y blusa de raso del mismo color que acentuaban la perfecta y sinuosa línea de su cuerpo.

   Sin darme cuenta caí en una especie de embrujo; no se me ocurre otra forma de llamarlo; porque a parte de ese olor exótico que dejaba a su paso, no pude despegar los ojos de aquella criatura mientras cruzaba por mi costado guiada por el maître hasta que se acomodó en una mesa a apenas un par de metros de la mía y desde donde podía divisar con claridad cada una de sus facciones y movimientos.

   Sus agatados ojos azules delineados por cejas relativamente pobladas y el negro azabache de sus cabellos contrastaban fuertemente con su piel color porcelana a la que parecía no haberle dado el sol jamás. Además de su aspecto extraño, sus movimientos eran como si dibujara el aire con ellos. Parecía más bien un personaje salido de alguna película o cuento, que una persona común y silvestre del condado de Buckingham. 

   De pronto, se inclinó hacia delante para leer el menú, revelando parte del pronunciado pliegue entre sus pechos. Esta súbita visión despertó en mí, un viejo instinto, salvaje, arrasador que creí muerto y enterrado hacía décadas. Me entraron unas ganas terribles de hundir mi nariz en aquel escote y con solo imaginarlo, una ola de calor recorrió cada poro de mi cuerpo adormecido que terminó por subirme hasta las mejillas. Tuve que bajar de inmediato el rostro hacia mi mesa, no solo por el temor de que me descubriera, sino también por la vergüenza que me invadió al darme cuenta que aquella muchacha podría tener la edad de uno de mis hijos.

   Cogí los cubiertos y corté el trozo de carne que hacía rato descansaba delante y un hilillo de sangre roja chorreo por mi plato inflamando extrañamente mi entrepierna. Tomé otro sorbo de vino, buscando calmarme y tratando de apartar de mi cualquier pensamiento impuro pero ese perfume inundándolo todo, la visión ya memorizada de su escote, el quiebre insinuador de su cintura me lo impidieron. No pude resistir volver a mirarla y nuevamente mis ojos se prendaron de ese magnetismo que desprendía. La observé cómo, tomándose todo el tiempo del mundo, saboreaba extasiada cada bocado con el gusto de quien prueba por primera vez el manjar más exquisito. Bajo la seguridad de ese aparente ensimismamiento, volví a centrarme en la voluptuosidad de su escote mientras me metía otro pedazo de carne a la boca. Lo mordí primero con la fuerza provocada por ese desenfreno inicial de posesión para luego masticarlo despacito imaginando que eran esos pechos los que en realidad estaban saciando mi apetito. Me supieron a gloria.

   Al terminar, el camarero se me acercó y me ofreció la carta de postres. Hubiera pedido la lista completa con tal de prolongar al máximo aquel instante de vida que se me había regalado. Finalmente demoré lo que ella en terminar y pedí una gelatina de cerezas y un café. Yo no había tocado mi postre cuando a ella le sirvieron un trozo de pastel de chocolate. Vi entonces la punta de su lengua enrojecida deslizarse por sus labios y volverlos brillantes tanto o más que el reflejo de la luna sobre el lago. Deseé besar esos labios que parecían ofrecerse en medio de la noche. Quise ser por un segundo, esa crema espesa que chorreaba sobre el esponjoso triangulo marrón que ahora humedecía entre sus labios, fundiéndose en su lengua y mezclarme con su saliva de niña. Me desconocí y más aún porque a esas alturas, había apartado de mi mente cualquier tipo de recato, olvidado mis canas y cualquier juicio moral, dejándome arrastrar por aquel volcán de sensaciones desatadas sin importarme hacia donde me llevaría.

    Fue entonces que ella me sorprendió alzando los ojos y se encontró con mi mirada inflamada e insolente, pero en vez de evadirla se quedó mirándome fijamente mientras volvía a meterse otro trozo de pastel, arrastrando esta vez la cucharita por su boca con mayor lentitud. Tuve que entreabrir los labios para poder respirar. 

    Ella bajó el rostro y sonrió victoriosa. Al terminar, cogió la servilleta de su regazo y se limpió. Se levantó. Cogió su abrigo del respaldar de su silla y se acercó a mi mesa. Ante mi total estupor, se sentó en frente. Su perfume terminó por aturdir lo que quedaba de mi razón. Recorrí una vez más, sus ojos claros e inexorables, su piel tierna y sin marcas de tiempo, sus pezones marcándose provocativamente detrás de su blusa. Entonces estiró una de sus manos y cogió la mía. Tenía las uñas moradas. El roce suave y cálido de su piel con la mía me puso a su total merced. Sin quitarme la vista de encima, tomó dos de mis dedos y los guió hasta el agujero central de mi gelatina que yacía intacta en mi plato y los introdujo muy despacio. Esa humedad blanda atrapando y bañando mis dedos culminó por exacerbar todos mis instintos explotando entre mis piernas. No solo imaginé que había entrado en ella sino que también recordé mi propio sexo, el cual no tocaba hacía muchísimo tiempo.

   Aún no me había recuperado de la tremenda sacudida, cuando ella retiró su mano y se puso de pie. De forma mecánica se colocó el abrigo. El camarero se le acercó y le preguntó si le traía la cuenta. Entonces se volvió nuevamente hacia mí, con una mirada gélida.

       - La señora pagará por mí, buenas noches- me dijo con una voz ronca, casi juraría que resonó un eco a la distancia

   El camarero me miró como buscando mi aprobación y yo en medio de mi aturdimiento, solo atiné a asentir. Ella desapareció y detrás se llevó su perfume y su rastro.

   Volví varias noches a la Rochelle pero nunca más la ví como tampoco volví a ver una luna como aquella.


Entrada publicada por SYD708 el sábado, 9 de abril de 2011 .
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5 comentarios :

Tita la mas bonita dijo... | 10 de abril de 2011, 13:29

Excelente, poético y rítmico relato, pero tengo que confesar que me perdí!

Un Besito Marino

Anónimo dijo... | 11 de abril de 2011, 21:34

La señora fue cazada y el sueño le costo la cena, ja, ja, ja,
Maravilloso.

Magia dijo... | 14 de abril de 2011, 9:32

Llevo varios días pensando si estos personajes podrían ser otros de una historia anterior, y si bien tienen similitudes, no veo a Heben teniendo dos hijos y enviudando ni a Simone tan cisne negro. La siguiente pregunta que me surgía tras la relectura es si eso que oyó en el bosque no sería esa joven pero, si nunca más volvió, qué sentido podía tener el embrujo.
En fin, que ¡fantástico! y ¡gracias!. Un saludo. Feliz semana.

Anónimo dijo... | 17 de abril de 2011, 21:16

De lo mejor que te he leído hasta ahora (en cuanto a forma).

Saluditos
anestesia

Magia dijo... | 19 de abril de 2011, 8:52

Pues ese profesor debe estar encantado con una alumna aventajada como usted.
La política es bueno que ocupe y preocupe a la población de cualquier país, es la forma en que decidimos organizarnos y el terreno de juego donde se deciden nuestras libertades.
Saludos y feliz semana.