El secreto de las Meninas

Tenía siete u ocho años cuando descubrió aquella pintura en una página de su libro de historia del arte impreso en papel periódico de calidad realmente desastrosa. A pesar de que apenas podía distinguir con claridad la imagen, tuvo la impresión de que los personajes se movían en cámara lenta mientras que todo a su alrededor pareció sumergirse en una niebla espesa. Cerró el libro de inmediato y miró al resto de sus compañeros. Todo lucía como siempre. Lentamente volvió a abrir el libro en la misma página, comprobando que la imagen estaba inmóvil. Se quedó como intrigada, examinando la escena mientras que las palabras de la maestra desaparecían hasta la sordera absoluta. El cuadro era de lo más realista y doméstico, aparentemente no había ningún secreto detrás del rostro casi perfecto de Margarita de Austria y del resto de personajes que completaban la pintura. Tal vez le llamó un poco la atención la gordita enana de pintorescas facciones que aparecía al lado derecho y que le evocó súbitamente a uno de esos bufones de circo que había visto tantas veces en las cortes medievales de las películas.


Pero no… había algo raro en ese cuadro, algo que no encajaba. Recorrió con avidez cada centímetro de la escena, tratando de descifrarla pero la estridencia del timbre anunciando el término de la clase y la estampida de sus compañeros, la sacaron del trance sin que pudiera descubrir el enigma. Tal vez era muy niña para interpretarlo. Lo cierto es que esa pintura sembró en ella una inquietud que duraría varios años.

Durante un tiempo, con dificultad, pues la era de la PC estaba aún bastante lejos, buscó en la pobre biblioteca de su padre, aficionado a los barcos más que a otra cosa, información sobre la pintura. En el único diccionario ilustrado que había en casa, supo que esa era considerada la pintura más famosa de Velásquez. Leyó sobre el manejo magistral de la luz que solo era comparable con la fotografía. Supo que Meninas significaba damitas de compañía en portugués y otras cosas aburridas de la historia de la época pero ninguna de esas descripciones le reveló el misterio hasta que cumplió once años.

Llevaba casi una tarde contemplando la pintura de su ya raído libro de escuela, cuando de pronto reparó en el pintor que con rostro sombrío y distante miraba hacia el frente detrás del lienzo. Arrugó la nariz con extrañeza. Luego, cual resorte, se levantó del sofá y exclamó con la expresión de quien acababa de descubrir el gran secreto de la vida:

-  ¡El pintor debería estar del otro lado! ¡De ahí no puede pintar a nadie! ¡es un engaño! -cerró el libró de un sonoro golpe y se quedó pensativa mientras esa súbita euforia se iba desvaneciendo- ¿Pero si es un tonto y se equivocó de sitio, entonces porque es tan famoso? seguro quiso salir él también en el cuadro y que todo el mundo lo conociera.

Se sintió decepcionada, pues de alguna manera había llegado a auto convencerse durante todo ese tiempo, de que las Meninas guardaba un grandioso secreto y que ella había sido la elegida para descubrirlo. Esa tarde guardó el libro y nunca más lo volvió a abrir.



Pasaron cuatro años y durante un viaje a Europa con la familia, le vino a la mente la pintura que la había casi obsesionado gran parte de su niñez y convenció a sus padres para desviarse del itinerario y visitar Madrid con el solo objetivo de ver el famoso cuadro de Velásquez en vivo y en directo. La vieja ilusión de descubrir el supuesto misterio que encerraba la pintura, había revivido inesperadamente y estaba dispuesta a darle una última oportunidad.

Caminó por los pasillos del Prado sin reparar casi en el resto de obras de arte. Ella solo estaba interesada en la imagen que con solo cerrar los ojos, podía dibujar en su memoria casi a la perfección. La ansiedad había ya comenzado a hacer presa de ella a medida que recorría pasillos y salas que parecían no acabar nunca y no llegaba al lugar señalado en el enrevesado mapa que le habían dado en la entrada.

Hasta que por fin descubrió la pintura en una salita solitaria, iluminada con apenas un par de reflectores creando una atmósfera de abrigo en contraste con el barullo de la muchedumbre que poblaba los salones contiguos. Se quedó sin aliento al ver aquella escena casi en tamaño real plasmada frente a ella y descubrir detalles, facciones, colores, texturas, pliegues, de las que su viejo libro de historia del arte la había privado todo ese tiempo.

Después de un largo rato, comenzó a sentirse como las salas poco a poco se iban vaciando a medida que se acercaba la hora de comer, pero ella, abrumada por los personajes que daban la impresión de haberse quedado inmóviles al descubrir su presencia, ni se percató. Nuevamente la misma vieja pregunta rondó su cabeza. ¿Por qué el pintor está del lado incorrecto?

Sintió los pies cansados, retrocedió y se sentó en el suelo mientras murmuraba para ella misma – Sé que algo escondes, dime qué es por favor… -Miró la pintura fijamente hasta que los ojos le ardieron. Agachó el rostro y suspiró. Estaba a punto de sucumbir al cansancio y darse por vencida, cuando alzó la vista hacia el cuadro y lo vió completamente oscuro. Los personajes habían desaparecido. Pensó por un momento que habían apagado la luz pero no, los reflectores seguían encendidos. Sintió algo extraño en el aire, como si pesara y reparó en el silencio absoluto que la rodeaba. Parecía que el mundo se hubiera detenido salvo ella. Iba a levantarse cuando una mano salió por el costado derecho del lienzo ennegrecido y corrió un gran telón marrón chocolate que desapareció de la escena, dejando que por el resquicio de la primera ventana entrara un haz de luz que iluminó a medias, el gran salón dibujado en el cuadro. Ella atónita e inmóvil, observó a la gordita con rasgos de bufón y la niña de cabellos lacios y vestido de terciopelo rojo y blondas blancas que estaba a su lado, levantarse rápidamente, como si hubiesen sido pescadas infraganti acariciando a un perro achinado y de aspecto lobuno tendido cómodamente delante de ellas. Este alzó la cabeza, en señal de protesta. Tuvo la impresión de que estaba a punto de ladrar cuando la niña pequeña deslizó tímidamente su pie diminuto sobre el lomo del animal, como buscando hacerle saber que en breve volvería a recibir su dosis de caricias. No supo decir nunca que raza era, sabía poco de perros pero siempre le pareció un poco chusco para estar en medio de una corte.

En eso la gordita bufona comenzó a refregarse una de las manos contra el vestido con actitud nerviosa- seguramente le cuesta quedarse quieta a la pobre- pensó. Reparó entonces en ricitos de oro (así había apodado a Margarita de Austria desde hacía tiempo, aunque no tuviera rizos) quien no dejaba de alisarse el cabello. Luego la observó como trataba de acomodar la maraña de pétalos pálidos que tenía prendidos en el pecho y que venía a ser una especie de cerecilla para la blancura de su elegantísimo vestido. Ricitos quiso dar un paso al frente pero una de sus doncellas, arrodillándose con solemnidad, la cogió de la mano y le susurró al oído que no era todavía su turno. La niña puso cara de fastidio pero obedeció. De pronto, la otra doncella, de cabellos castaños y enorme falda miró de reojo en dirección desde donde ella presenciaba la escena. Pensó que había sido descubierta, pero su preocupación se transformó en curiosidad, al percatarse que la muchacha no la miraba a ella, sino que sus ojos la traspasaban como si fuera transparente y en realidad lo que buscaban, era la aprobación de otra persona. Ella se giró pensando que había alguien detrás pero solo encontró un muro desnudo de la galería. Volvió a mirar a la chica, a quien apenas le alcanzaban las manos para coger su enorme falda- ¿cómo hará para pasar por la puerta con tremendo vestido? –se preguntó, dejando escapar involuntariamente una risa burlona. Se tapó la boca al darse cuenta y no se movió por un par de segundos constatando que seguía siendo como un fantasma para las meninas.

Finalmente, el pintor de bigote en forma de alas de murciélago, dio un brochazo muy rápido sobre el lienzo, capturando toda su atención. Tras varias maniobras más con su pincel, el Sr. Velásquez miró al frente sosteniendo la paleta de madera repleta de colores entremezclados y en donde ya no cabía combinación posible. Agudizó la mirada como si buscase captar hasta el menor detalle. Ella buscó descifrar su mirada sin lograrlo. Segura de ser invisible para aquellos personajes, se levantó y giró sobre sus talones, volviendo a toparse con el muro desnudo de la galería. Entonces perdió la paciencia

- ¿A a quien coño estas pintando entonces? – gritó acercándose unos pasos a la pintura.

No había acabado de llegar cuando la puerta del fondo del cuadro se abrió de golpe y apareció un hombre de capa negra, quien puso una mano sobre el marco y miró la habitación, como cerciorándose de que todo estuviera en orden. Ella, entonces retrocedió despacito con pánico de haber sido escuchada y el hechizo o lo que fuere que le había dado vida a esos personajes para revelarle la historia que se moría por conocer, se acabara de pronto sin que llegara a enterarse de nada.

De la puerta del fondo llegó un nuevo haz de luz. Dos personajes quedaron al descubierto sobre el lado derecho, detrás de la doncella más alta. Era una monja que hablaba con alguien más. No logró distinguir si era hombre o mujer, pues la luz no alcanzaba para develar el total de sus facciones. Sin embargo, agudizó el oído y logró escuchar que le decía- Los reyes parecen exhaustos…

¿Los reyes? ¿Qué reyes? – Se preguntó confundida. Volvió a mirar la escena y la recorrió de arriba abajo varias veces hasta que al fondo descubrió las siluetas diluidas de una pareja. La mujer tenía una especie de capa sobre la cabeza y el hombre dos grandes entradas en las sienes. Se acercó con cuidado al cuadro para ver mejor aquel detalle y notó que las dos figuras se movían. Se tapó la boca con ambas manos mientras esbozaba una enorme sonrisa.

- ¡No era un cuadro, es un espejo!… pero que tonta…- miró al pintor y arrastrada por el entusiasmo de su descubrimiento le habló- estabas pintando a los padres y no a la hija. Y claro Ricitos, se muere por ir corriendo y salir en el cuadro. Y yo que pensé que eras tú el que quería figurar. Lo siento… Imagino lo insistente y engreída que debe ser la niña esta que han tenido que traer hasta al perro para entretenerla, a ver si así deja de joder. ¿Verdad?

Entonces el pintor volvió a mirar al frente pero esta vez la quedó mirando a ella y asintió. Ella con la cara iluminada, sonrió agradecida. Mientras tanto, las imágenes se fueron congelando y la vida alrededor lentamente volvió a su curso normal.

De pronto, se escucharon pasos que se acercaban. Eran los padres de la chica.


- ¿Ya? ¿Acabaste con el dichoso cuadro? – le preguntó su madre con fastidio- Tus hermanas están aburridas y todos estamos muertos de hambre

- Si ya acabé… ¿Oye papá?

- Dime

- ¿Sabes si Velásquez pintó a Margarita de Austria alguna vez?

El hombre miró a su hija y luego a su mujer sin entender.

- Debe ser el hambre que le está afectando el cerebro, aparte ya sabes, ésta siempre para en la luna, vámonos ya – ordenó la mujer

Años más tarde descubrió que casi todos los críticos de arte habían descubierto el misterio del cuadro de Velásquez mucho antes que ella y que esa explicación estaba en todos los libros de arte que ella nunca había leído. Sin embargo poco le importó, pues estaba segura que nadie lo había hecho de la mano de los propios personajes.
Entrada publicada por SYD708 el miércoles, 22 de junio de 2011 .
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2 comentarios :

Tatana dijo... | 24 de junio de 2011, 9:40

me gusto! (y ultimamente pocas cosas me gustan :/ )

besitos

Tita la mas bonita dijo... | 3 de julio de 2011, 18:14

Mágico este relato que devela un secreto no tan secreto!

Un Besito Marino