Hace un poquito más de una semana cumplí años
(que divertido seee) y cosa rara, me convencieron de celebrarlo. Ilusa yo, pensé
que si me lo proponía, podría sentirme diferente. Pero pasada la adrenalina del
festejo, el bajón vino igual y me dio el mismo ataque de “estupidez” que me da
desde hace algunos años en estas ocasiones. Ese ataque consiste
fundamentalmente, en ahogarme sin remedio en la depresión (si claro por haber
perdido tu cuerpo de quinceañera) y en el chocolate, que dejo de comer los trescientos
sesenta y cuatro días restantes.
Después
de varias horas de sufrimiento idiota, decidí darme un baño y tratar de recuperar
algo de cordura. Al salir de la regadera, me armé de valor y terminé por enfrentarme al
espejo (di la verdad, te cagabas de miedo). Busqué decididamente alguna nueva
marca que el tiempo, mi enemigo voraz (hijo de puta) hubiera decidido tatuarme en
el cuerpo. Para mi asombro, no encontré ninguna (querrás decir ninguna más de
las que ya conoces de memoria) y por el contrario y a pesar del chocolate
engullido, me gustó lo que vi (¿En
serio?). Así que con mi autoestima aún intacta me fui de compras con mi hermana menor para terminar
de aniquilar cualquier rezago de depresión que pudiera quedarme.
Es
extraño pero, justo ese día, descubrí que las letras del shampoo las están
haciendo más chiquitas, si, y no sé porque, si apenas pueden leerse (seguro
para ahorrar en frascos más pequeños ¿no te jode?) y también noté que había
empezado a gastar más en tinte para el cabello… claro y es que… me he vuelto
más pretenciosa y quiero cambiarme el look constantemente (plop). Después de terminar el recorrido, dí un
vistazo al carrito y lo ví lleno de verduras y yogurt (bueno es verdad que siempre
has comido verduras y el yogurt te encanta) galletas orgánicas, salvado de
trigo, leche sin lactosa, más fruta que de costumbre y había hecho algo
insospechado, había cambiado la cerveza por la cava. (Claro y ahora dirá que es
porque hay que guardar la línea y no que el estómago ya no aguanta lo mismo). Seguí
recorriendo los pasillos, leyendo con mayor atención las etiquetas de los
productos, pues con tanto preservante quien sabe que mierda nos estarán
metiendo en el cuerpo (Que aburrida por dios) Luego, me detuve un segundo a mirar hacia el lado de los
embutidos y decidí pasármelo de largo, mientras sonreía imaginando a una flaca
en bikini súper bronceada en la playa. (Que no serás tú claro) Finalmente llegué
a la caja, orgullosa de mi misma por haber sorteado tantas tentaciones con éxito.
Mi hermana y yo reíamos despreocupadamente haciendo la cola, y yo casi me había olvidado del síndrome post
cumple cuando de pronto, ¡ZAS! La cajera saludó a mi hermanita con las palabras
mágicas:
“Buenas tardes SEÑORA”
Fue
como si un rayo cayera estrepitosamente y todo el mundo guardara silencio.
(Eso, viva el melodrama) Cuando me saludaban a mí de esa manera, me decía: y es
que debe ser que no me ha visto bien o que hoy me he venido hecha un estropajo
a comprar… pobre despistado… pero créanme, la ilusión se acaba cuando a tu
hermana menor le dicen “señora” … ahí sabes ya, que no te salva nadie, ni las
manos milagrosas del Dr. Pitanguy (definetely, you are drama queen)
Aun
estaba terminando de aceptar que la palabra “señorita” ya no me pertenecía (hace rato guapa) cuando,
más tarde me encontré con unas amigas para tomar café y entre las eternas y soporíferas
discusiones sobre quién de los hijos es más listo, me enteré de que alguno ya tenía
novia. Yo abrí los ojos de par en par y exclamé al borde de un ataque de
histeria que no podía ser posible, si yo les he cambiado los pañales a esos
mocosos hasta hacía poco (Si querida hace como quince años) No me había
recuperado de la impresión, cuando a una
de estas “amigas” se le ocurrió la brillante idea de invitarme a que la
acompañara a su próxima sesión de botox... la miré como si me hablara en chino
o mejor dicho con cara de ¿en serio crees que necesito botox? (ahí va de nuevo
el derroche de modestia) y antes de que todo se volviera más deprimente, decidí
despedirme con besito volado para todo el mundo y salí corriendo como escapándome
de una epidemia mortal.
Mientras
esperaba que el valet me trajera el coche, me quedé mirando los zapatos, llevaba mis Converse negras… y sentí ganas de ponerme a llorar. Me aguanté con
la fuerza de mis ovarios, que aún funcionan por siacaso, hasta subirme en mi
4x4 y pisé el acelerador como si creyera que así emprendería vuelo. En la
primera luz en la que quedé atrapada, bajé el retrovisor para verme en el
espejo: ¡Pelotuda!- comenté- yo botox… si son líneas de expresión en la frente
y no arrugas como las tuyas… necesito una cerveza…(oye oye que luego dices que
te sale barriga) ¡Cállate mierda!...
Tras
dar mil vueltas, terminé en el bar de a dos calles de mi casa y ni bien me
senté en la barra, me pedí una Peroni
heladita. Fue un alivio sentir aquel liquido divino rozar mi garganta y
lentamente meterse en mi sangre, como borrándolo todo. Por mi cara, cualquiera
hubiese dicho que era una alcohólica que acababa de romper la abstinencia. Estaba
en pleno éxtasis con mi cerveza, cuando sentí dos palmaditas sobre el hombro. Era
la Gata, una amiga de muchos años. Entre copa y copa le conté mi día post
cumpleañero. Al terminar, ella me miraba como si estuviera a punto de estallar
en carcajadas. Al rato, me dijo:
-
¿Te digo un secreto?
-
¿Cuál?
-
Mientras tu batalla contra la gravedad no empiece, estás a salvo.
La
miré entre extrañada y divertida. Ella me clarificó mejor el asunto, haciendo gestos
con las manos y me señaló en orden: trasero, pechos, cara. Finalmente concluyó:
-
Con ejercicio y algunas cremitas, el tiempo te dará la suficiente
tregua para que te vayas haciendo la idea. ¡Mientras tanto aprovecha!
Hablamos
de todo, recuerdos de universidad, amigos en común, travesías, amores presentes
y pasados, y entre risas y cerveza, finalmente
terminé la noche con el humor cambiado y lejos de esa frivolidad extraña que
parecía atacarme de vez en cuando.
De
camino a casa, me asaltó un recuerdo. Un episodio que me sucedió en mi reciente
viaje a España. En Málaga para ser precisa. Caminaba tristemente por el paseo marítimo,
tenía puestos los audífonos a todo
volumen, cuando me crucé con un hombre de unos cincuenta y tantos, muy bien
vestido, que masculló algo que obviamente no escuché. Me quité los audífonos y le
dije: ¿perdón? y el hombre con una amabilidad que yo no esperaba me repitió: “que
estás guapísima niña, no te preocupes, que lo tienes todo, eso quería decirte”…
recuerdo que le sonreí divertida tras darle las gracias. Supongo que exageraría
si creyera que el hombre ese, supo leerme en ese momento… pero lo cierto es, que
ese piropo inesperado, logró cambiarme el ánimo el resto de la estadía.
Cuando
finalmente llegué a mi departamento esa noche post cumpleañera, me detuve al
espejo un buen rato. Y sonreí…porque me gustó como que quedaban los rizos
despeinados, los jeans desteñidos, la casaca de cuero y las Converse negras, pero si tengo que ser
sincera, me gusté más porque esa imagen, evidencia la historia que cargo sobre
los hombros y que me hace ser quien soy… y es cierto...lo tengo todo, o mejor dicho “casi"
todo.
(Felizmente nos libramos de la “estupidez”
hasta el año que viene… y de tener que renovar el armario también)
3 comentarios :
Todo, absolutamente todo lo que yo siento. Me he sentido muy identificada con lo que has escrito y ese temor a levantarse un día y no reconocerse. Es un consuelo saber que no estoy sola en esto.
Gracias por compartirlo.
!Lo de la batalla contra la gravedad me ha llegado al alma!
ElAlMaDeCaRvEr
Para mi escribirlo es parte del trabajo ese de "hacerse la idea". Es como darle forma a los miedos para luego reirnos de ellos.
Gracias por sus comentarios
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