St. Anne's Park- 5

     Dos semanas después, seguí sin tener noticias de ella. Mentiría si dijera que no esperé que apareciera y que no me decepcionó el que no hubiese tenido la misma lectura que yo, de ese ciclo de coincidencias que habían convulsionado mi vida de forma tan repentina.
 
 
 
     Concluí que tanto tiempo aislada entre plantas, libros y paquetes de cigarrillos, me había hecho perder todo sentido de la perspectiva sobre las cosas y evidentemente sobre las personas. Ariane, había despertado en mí, sentimientos olvidados y que a pesar de no ser correspondidos, me devolvieron una chispa vital ahogada por mucho tiempo en la apatía. Era evidente que me había deslumbrado más allá de lo normal. - A las musas o las bajas a tierra y las olvidas, o se quedan para siempre sobre un altar para ser adoradas toda la eternidad- Le había oído muchas veces decir a Mr. Appleton mientras limpiaba sus esculturas. Decidí olvidarla pero para ello, debía yo también bajar a tierra. Necesitaba una vida fuera de las plantas y sueños imposibles.

      Durante las semanas que siguieron, retomé contacto con viejos amigos y asistí a cuanta fiesta de la universidad se organizó. Conocí una que otra chica y me aseguré de no dejar tiempo libre para pensamientos raros. Cuando comenzaba a convencerme de que no era tan extraordinaria como mi cabeza se había empeñado en dibujarla, Ariane re apareció. Me bastó mirarla un segundo apenas, para saber que mi corazón jamás se libraría de ella.
 
     Acaba de terminar de repasar uno de los capítulos de mi tesis y me había dejado adormecer por el calorcito de la tarde en St. Anne's, cuando sentí que alguien hacía sombra sobre mí. Me la encontré mirándome con rostro demacrado. Profundas ojeras surcaban sus ojos, como si no hubiese dormido en semanas.
 
       - ¿Tienes un cigarrillo?- me preguntó sentándose sobre la hierba.
 
    Le extendí el paquete y el encendedor. Lo cogió sin agradecer. Tampoco había saludado al llegar, pasándose por el forro, cualquiera de los típicos protocolos sociales que toda persona común hubiese seguido, al no ver a una amiga por semanas. Pero claro, definitivamente ella no era una persona común ni yo podía considerarme su amiga. Me desconcertaba tanto el no saber cómo interpretarla o que decirle para romper ese silencio que me estaba volviendo loca.

    En medio de mi inquietud, metí las manos en los bolsillos y palpé una de las miniaturas que había terminado hacía unos días y que desde entonces llevaba secretamente por si me la encontraba. Dudé primero pero finalmente le extendí el puño cerrado. Me miró sin entender. Yo entonces abrí la mano dejando al descubierto una figurilla que semejaba a la cabeza de un unicornio. Sonrió de costado a la vez que extendía su mano y cogía el cerillo con delicadeza.

         - No sabía que existían los unicornios azules…
         - En mi mundo si que los hay- le dije con una sonrisa nerviosa- ellos son sabios y de espíritu libre. A no ser que...sean atrapados por una doncella que les robe el corazón- terminé de decir con respiración agitada y casi sin voz.
 
    Casi al terminar la frase, me entró la duda horrorosa de haber ido demasiado lejos con esa casi confesión y pensé que se marcharía. Sin embargo, ella no se movió. Muy por el contrario, se me quedó mirando fijo a los ojos, como buscando descifrarlos. Creo que fue la primera vez que quiso ver algo más de mí. Fue la primera vez también que la sentí verdaderamente presente y cercana.
 
         - ¿Y si me pierdo en tu mundo para que ningún recuerdo me alcance?
         - Puedes perderte todas las veces que quieras, pero… me temo que nunca se vuelve una lo suficientemente invisible.
 
     Reapareció entonces esa tristeza absoluta que le había visto la primera vez y sentí como inmediatamente, arrancaba jirones de mi alma mientras me esforzaba por contenerme. Hasta que no pude y nuevamente las lágrimas chorrearon por mis mejillas. No había nada que pudiera hacer para evitar que me conectara con ella de esa manera. Me miró bastante sorprendida por mi reacción. Por un segundo pensé que se asustaría y echaría a correr pero se quedó. Entonces extendió sus dedos hasta rozarme la mejilla y me sonrió.
 
        - Gracias... - me dijo en un susurro antes de acercarse y sellar mis labios con un beso.
 
 
      Dicen que el gran compañero es aquel quien sabe por encima de todo, compartir los silencios y eso fue lo que hicimos por varios minutos, durante los cuales mantuvo su rostro apoyado en mi hombro. Esa tarde, finalmente me contó la historia de desamor que llevaba encima varios años y que la había sumido en ese estado de tristeza permanente. Me dibujó a la perfección, al gran fantasma contra el que yo tendría que luchar para colarme en su vida.
 
      Al terminar su historia, hizo el ademán de ponerse de pie pero yo extendí la mano y la retuve. Supe que si la dejaba marchar esa vez, no volvería a verla nunca más.
 
     - No te vayas... -me animé a pedirle con el corazón en la boca.
 
  Me miró.
 
     - Hace tiempo, alguien me pidió lo mismo, confié y fue un desastre-respondió.
     - ¿Y si te dijera que conmigo no será lo mismo? ¿Te quedarías?
     - No...
 
   Pero ella, no solo se quedó esa tarde sino que regresó todos los días por dos largos años...
Entrada publicada por SYD708 el domingo, 16 de diciembre de 2012 .
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1 comentarios :

Anillo dijo... | 17 de diciembre de 2012, 21:00


Esta historia me sigue pareciendo una maravilla, es luminosa y oscura a la vez y eso hace que cada vez que la continúas, esté expectante.

Gracias.
Saludos