Me quedé inmóvil en esa banca hasta que
oscureció y los vigilantes del parque me avisaron que estaban por cerrar. Deambulé
no sé exactamente cuánto, sin un destino claro y con la realidad nublada. Era
como si mi cuerpo se moviese solo, sin voluntad. Estar con Arianne, había sido
como andar todo el tiempo al borde de un precipicio, consciente del vacío que podía
alcanzarme en cualquier momento. Ahora ella me había lanzado a ese vacío con
apenas un atisbo de remordimiento. Deambulaba por esas
calles oscuras y frías de un Dublín que no llegaba a reconocer, esperando que mi cuerpo tocara fondo y se destrozara de
dolor.
Presa
de una tonta ilusión, durante la semana siguiente, no dejé de ir al parque, siempre
a la misma hora, con la esperanza de que hubiera recapacitado. Pero ella no
apareció. Durante esos días, mi cabeza
se vio inundada de visiones, que se sucedían una tras otra, con violencia. Arianne
debajo de él, entregándose como una perra en celo, sin límites ni recatos. Él,
ultrajando su cuerpo desnudo sin piedad, con sus manos toscas, ásperas,
bebiendo de sus entrañas, dormitando en su piel, sintiendo su respiración haciendo
eco en sus oídos. Ella saciando una y otra vez su lujuria hasta agotarlo, como una
más de las mujeres con las que la había suplantado infinidad de veces. Y
mientras tanto, ella le entregaría su amor, ese por el que yo seguiría
retorciéndome en el abismo de la desolación. Decidió cambiarme por un verso
pasajero, que ella se empecinaba en creer que era otra cosa.
Exhausta
por un día más lidiando con los demonios que me carcomían el alma, me acosté
finalmente en la cama, que a pesar de no ser muy grande, hacía tiempo que se me
había hecho interminable. Creo que esa noche conocí la cara más clara de la
soledad, ese reptil que se desliza por entre las sábanas
dejando a su paso, un rastro viscoso negro que va cubriéndolo todo, hasta
alcanzar mi cuerpo, filtrándose por mis poros y congelando mis huesos hasta no
dejar ni un centímetro de piel sin dolor.
En
medio de mi guerra privada por sobrevivir, oí que llamaban a la puerta. Grité que me dejaran
en paz y escondí la cabeza debajo de la almohada. Sin embargo los golpes no cesaron, volví a gritar con más fuerza hasta que finalmente se hizo el
silencio. En eso, un grito ahogado se dejó escuchar desde la calle. Me senté en
la cama, agudizando el oído y cuando estaba casi segura que había sido una de
esas alucinaciones mías, su voz me llegó al alma.
Me
levanté de un salto y corrí a abrir. La encontré con la falda desgarrada y la
blusa cubierta de lodo. Le faltaba un zapato y tenía el labio partido, sobre el
cual se había formado una masa viscosa y negra de sangre reseca. La miré sin hacer
nada. La furia almacenada, había raptado mis palabras y mi voluntad. Arianne
se echó a llorar en mis brazos.
La
hice pasar, la senté al pie de la cama. Fui por una toalla y una jarra de agua
y se los entregué. Entre sollozos,
comenzó a limpiarse el rostro. Tomé
distancia y clavé los ojos al suelo, tratando de amarrar como podía cualquier
vestigio de compasión.
-
¿Podrías abrazarme? – susurró- por favor…
Apreté
los ojos todo lo que pude y me esforcé por contener a mi corazón idiota, que estaba
a punto de sucumbir. Arianne entonces se abalanzó hasta quedar abrazada a mis
piernas y siguió arrojándome sus lágrimas. Quise gritar, quise huir despavorida
para así olvidarla y dejar de ser la imbécil del cuento, esa a la que se
recurre cuando no se tiene una mejor opción. Pero el sentirla tan desamparada y
frágil, como un ciervo asustado en medio de un gran campo de caza, finalmente
terminó por doblegarme y aparqué por un momento, el temporal espantoso de
rencor y dolor que ella había desatado en mi. Me arrodillé delante de ella y lentamente le
limpié el labio partido. Para ese momento, se le había ya formado una sombra morada alrededor.
Supe
que, al llegar más temprano a una de sus citas pactadas en el Caledonian, uno de los hoteles más
lujosos de Blue Ryar, había
sorprendido a su verdugo en la cama con dos meretrices de alto vuelo. Al
reclamarle, él le había dejado en claro lo efímero de su relación y había
terminado por invitarla a unirse al grupo. Arianne, al parecer habría perdido
el control y se había abalanzado primero contra las mujeres para luego
agredirlo a él. Este le respondió con un bofetón que le cruzó la cara,
lanzándola al piso. Luego, la echó de su habitación, acabando así, salvajemente
con sus ilusiones. Mientras me relataba su historia, me mantuve muy quieta a
pesar de que por dentro el salvaje temporal se había desatado nuevamente.
Tras
llorar por un buen rato, volvió a abrazarme. Fue uno de esos abrazos que erizan
pero a la vez duelen terriblemente. Lo mismo que las palabras que me dijo a
continuación:
-
No voy a dejarte nunca. Te necesito tanto…
Tuve
claro, que se trataba de una de esas promesas que hace aquellos que ya no
tienen nada que perder y se aferran al único madero flotando para no ahogarse. Sin
embargo, al sentirla tan cerca de mí otra vez, ya no me importó. Una vez más
preferí apostar a una vida junto a ella, que su ausencia. Y para ello debía
asegurarme primero, que nadie volviera a arrebatarme lo que ya sentía mío por
derecho.
Después
de verificar que el Bromazepan había
hecho su efecto y estaba profundamente dormida, fui hacia el armario y con mis
prendas, busqué armar el atuendo más provocativo posible.
2 comentarios :
Me encanta como sabes jugar con las palabras,con los sentimientos y actos de tus personajes.
Pero lo que más me gusta es lo que me haces sentir cada vez que te leo, como sufro, como sonrío, como me enamoro con cada lectura. La sensación que me invade cuando tus relatos influyen en mis sentimientos (quizás me meto demasiado en las historias).
No dejes de escribir, es un placer leerte.
Gracias Sandra, por leer, por comentar y por tus palabras. No pienso dejar de escribir, me moriría creo.
Un abrazo
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