LA CENA

¿Me pregunta si aún recuerdo? Pues claro que recuerdo. Como si alguien pudiera olvidar ese día. Era el 16 Julio de 1992, incluso le puedo decir la hora, las nueve y veinte de la noche. Lo sé porque acababa de mirar el reloj, al ver que Hugo no llegaba. Mi madre había terminado de poner el mantel sobre la mesa del comedor y mi hermana y yo la ayudábamos con los platos y los cubiertos. Mi padre, por su parte, terminaba de preparar la ensalada.

Mi padre… a veces logro sonreír al recordar como acostumbraba poner la cocina patas arriba, cada vez que se le ocurría hacer de chef improvisado. Tenía buena mano para las ensaladas, nunca repetía la misma en bastante tiempo. Un día eran espinacas con pimientos, tostaditas en dados y queso parmesano, otro día era una impresionante colección de verduras de todos los colores con una salsa inventada en el momento, o sino era una mezcla de cosas que jamás pensaría una encontrar en una preparación de ese tipo. Sin mencionar la decoración con la que solía presentar sus fuentes. Todo un espectáculo artístico. La hora de la cena era sagrada. Papá nos lo inculcó desde pequeños- La comida pueden hacerla donde quieran y a la hora que quieran, pero la cena, la hacemos todos juntos en el comedor y sin tele encendida- Nos decía. Incluso se las ingenió para que a pesar de estar ya bastante creciditos, siguiéramos sin faltar a su cita. Supongo, era su manera de mantener integrada a la familia y saber en que cosa andábamos cada uno. Podría decirle que era realmente un fastidio con veinte años, dejar de salir a cenar con los amigos para hacerlo en familia de lunes a viernes. Pero no, por el contrario, lo disfrutábamos mucho, sobretodo por los chistes de Hugo y las ensaladas estrambóticas de mi padre. Si habías tenido un mal día, bastaba con sentarse a la mesa para olvidarse un poco de todo. Después de esa noche, las cenas en familia cesaron y mi padre no volvió a hacer una ensalada más en su vida.

- Susana, llama a la consulta de Hugo a ver si ya salió- me pidió mi madre al terminar de acomodarlo todo.

Acababa de coger el teléfono cuando de pronto se oyó un estruendo. Era uno de esos que solían escucharse en la capital bastante a menudo

- ¡Marta saca las velas! Seguro se volaron otra torre y no tardará en irse la luz – Le dije a mi hermana en voz alta, mientras terminaba de marcar el número.
- ¿Donde habrá sido? – preguntó mi madre.

Papá, tras asomarse por la ventana unos segundos replicó

– No lo sé pero se ha escuchado más cerca que otras veces.

En tanto a mí, me daba ocupado por tercera vez. Colgué y regresé al comedor diciéndoles que no había podido comunicarme.

– Seguro está al llegar, dejaré el pollo un rato más en el horno- concluyó mi madre antes de regresar a la cocina.

Minutos después, papá se había sentado en el sofá a terminar el crucigrama del Comercio, el diario de más tiraje en Perú. Mi hermana, al pie de la mesa de centro, rodeada de crayones coloreaba uno de sus libros de cuentos de la Bella durmiente. Y mi madre, tras organizarlo todo en la cocina, se había sentado en su mecedora a continuar la chaquetita de lana celeste para mi prima Lucía que acababa de dar a Luz. Yo daba vueltas tratando de encontrar algo que hacer y olvidarme de mis tripas que rugían sin piedad. Me asomé a la ventana y noté que hasta donde mis ojos podían llegar, las luces de la ciudad seguían ahí. Con excepción de una que otra sirena de algún coche patrulla que pasaba a lo lejos, todo estaba tranquilo.

Es increíble, ¿No? como una se puede acostumbrar a todo. A esas alturas, las voladuras de las torres y los coches bombas en las entradas de los bancos ya no detenían nuestras vidas ni afectaban nuestro humor. Era como si inconscientemente hubiéramos escogido no ver, con la esperanza tal vez de que ignorándolo, todo desaparecería.

Habían pasado unos quince minutos cuando mi madre si quitar los ojos de su tejido me pidió que volviera a llamar a mi hermano. El humor había empezado a cambiarme por el hambre, así que de mala gana me levanté hacia el teléfono. El sonido repentino del timbre me detuvo. – Este despistado, seguro se olvidó las llaves de nuevo- Pensé mientras corría hacia la entrada. En la puerta sin embargo, me encontré a doña Aurelia, la vecina y su marido. Ambos llevaban batas de dormir y pantuflas. Doña Aurelia tenía los ojos rojos e irritados. Mi madre, extrañada de que yo no hiciera el más mínimo movimiento, se acercó a la puerta

- Aurelia ¿Que le pasa?
- ¿No ha visto las noticias?
- No, íbamos a cenar recién
- Han puesto un coche bomba en jirón Tarata, dicen que pueden haber muchos muertos, las imágenes que están pasando en el noticiero son horribles Gertrudis- Comenzó a sollozar- parece un campo de batalla…

A mi se me heló el cuerpo y tuve que cogerme del marco de la puerta al sentir que mis piernas perdían fuerzas. Mi madre, al igual que yo, se había quedado sin reacción alguna. Fue entonces mi padre, quien se levantó del sofá y con una sonrisa se aproximó hasta nosotras. Le pasó el brazo a mamá y sin perder el gesto amable agregó:

- Aurelia, Jorge, pasen por favor. Mi hijo está al llegar. Gertrudis coloca dos platos más a la mesa así cuando llegue Hugo, cenamos todos juntos- Terminó de decir con convicción

Fue entonces que miré a mi padre con más atención y dejé que él se encargara de espantar mis miedos como solía hacerlo cuando era niña. Mamá se dirigió a la cocina mientras los demás se acomodaban en la sala. La escena de todas las noches volvía a repetirse, solo que esa vez, nadie se atrevió a decir ni una palabra más. El silencio no tardó en volverse atroz e insostenible.


Hugo era dentista ¿Sabe? Tenía su consulta en el cuarto piso del edificio número 473 en Jirón Tarata, el centro de uno de los barrios más pudientes de Lima. Lo encontraron en las escaleras de la primera planta. Al parecer estaba por salir del edificio para venir a casa a cenar. Si se hubiese quedado un par de minutos más dentro de su despacho, que quedaba en la parte de atrás del edificio, probablemente se hubiese salvado.




Nota: Si bien los personajes son todos ficticios, el relato está basado en un hecho real, la explosión de Tarata, la cual escuché desde mi cama mientras leía. Tenía 21 años, hacía once que el terrorismo azotaba al país de cabo a rabo pero he de reconocer que recién cuando explotó ese coche bomba, exactamente a 28 calles de mi casa, fue que tomé conciencia de la terrible violencia en la que vivíamos.




JR. Tarata después de la explosión

Jr. Tarata convertido hoy en boulevard

Pintura superior: Cena para desesperados de Renato Ochoa
Entrada publicada por SYD708 el martes, 7 de julio de 2009 .
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6 comentarios :

Anónimo dijo... | 8 de julio de 2009, 7:31

SYD... pues dicen que si, que la gente se acostumbra a vivir en un estado continuo de violencia, pero yo no lo creo...

Tu inconcienciente puede quizas optar por aplacarlo y obviarlo, pero esta ahi, digo, cuando la violencia realmente vive cerca o te toca.

Y tambien es cierto que la violencia asume formas variadas: la militar-criminal, la social, la existencial, la combiancion de estas... Me luce que en nuestro mundo actual pocos (nadie en relaidad) es ajeno a los efectos de actos violentos. Yo la he experimentado personalmente en varios modos y tambien a traves de la experiencia de seres muy cercanos a mi. Vivo muy conciente de esta, y me actitud es hacia remediarla, no puedo ignorarla.

Buenisimo el relato, una vez mas!

Gracias!!! LiSA

china dijo... | 8 de julio de 2009, 10:41

MUY BUENO SYD, PARA MI, DENTRO MI DESCONOCIMIENTO UN BUEN ESCRITOR ES EL QUE ES CAPAZ DE CONTAR ALGO DE UNA MANERA NATURAL CAPAZ DE ENGANCHARTE A TRAVES DE CUATRO LINEAS,
ME ENCANTAN TUS RELATOS LARGOS, PERO LOS CORTOS TIENES EL DON DE ENGANCHAR Y LEERLOS DE UN TIRON CON TODA LA ATENCION.
UN SALUDO

SYD708 dijo... | 8 de julio de 2009, 21:01

Muchas gracias a ambas por leer y por darse el tiempo para comentar. Para una escritora en formación la opinión de quien lee es muy importante. Me alegro que les gustara le relato

Saludos

Tatana dijo... | 8 de julio de 2009, 22:47

sigo pensando q tienes una excelente forma de presentar tus personajes.

entiendo lo q quieres decir respecto al acostumbramiento, y estoy de acuerdo, cuando determinados elementos violentos forman parte de la realidad del sitio en el q vives pierden la capacidad de generar ese "gran miedo" y pasan a formar parte de esas cosas factibles de la rutina diaria.

besitos

lucia dijo... | 9 de julio de 2009, 21:43

Yo nunca he vivido ningún tipo de violencia, por tanto se que soy muy afortunada, pero como lo que cuentas lo haces con tanta claridad , es facíl ponerse en esa situación y entender....

Neblina dijo... | 1 de agosto de 2009, 16:55

Que bien escribes Syd y trasmites el miedo a ver. Estoy deacuerdo contigo, el ser humano se acaba acostumbando, o tal vez no se para a pensar en la gravedad de lo que esta viviendo hasta que ve las consecuencias; A veces hasta que sale de aquel entorno y ve que hay sitios donde todo puede ser mas simple