Parece tonto cuando lo pienso pero es que desde hace un tiempo, algo me falta, estoy inquieta, inconforme, hay una especie de inusitada apatía en mí, subo a mi habitación y me acuesto de forma automática al lado de quien no recuerdo el nombre. No sé cómo hacer que vuelva en mí la ilusión, el entusiasmo de años atrás. Me dejo comer por la rutina y me sorprendo varias veces al día mirando a través del cristal de mi despacho por horas enteras. Tengo treinta y seis años y presiento que he comenzado a cruzar esa línea tan delgada que marca el final de la juventud para entrar decididamente en la absoluta madurez, donde ya las locuras tienen menos cabida y donde la palabra responsabilidad adquiere una dimensión jodidamente abrumadora.
Las palabras de alguien resuenan en mis oídos: a nuestra edad los trenes dejan de pasar tan seguido ¿Sabes?
Hace horas que miro por el ventanal, no es precisamente un día de esos en los cuales el espíritu se sienta motivado, más bien todo lo contrario, tengo que volver pronto a mi escritorio, es lunes y afuera llueve…como si no fuera ya bastante que sea lunes… estoy a punto de terminar el café cuando diviso a una muchacha cruzar el parque bajo la lluvia y sentarse en una de esas bancas. Se volvió loca, pienso…se moja y sin embargo ella parece no enterarse, veo que deja el bolso sobre la banca y se sienta, sube sus piernas y las abraza con sus brazos para hundir el rostro entre ellas…supongo que llora. Me quedo prendada de la imagen de esa chica, mientras sus zapatillas rojas y sus vaqueros comienzan a empaparse al igual que sus cabellos, largos y lacios…es como si de pronto me solidarizara con ella y comprendiera porque está ahí…segundos después cierra los ojos y se queda así, sintiendo el aguacero en su cuerpo y sin darme cuenta, cierro los ojos también yo… A lo lejos se escucha un disparo…
Fragmento de un proyecto de novela corta que tengo por ahi y que NO publicaré en el blog. Comparto el cachito con el que empecé a escribirla y la foto que fue mi punto de partida.
