St. Anne's Park - 3

    Una semana después me sorprendí a mi misma sumergida en un estado de espera permanente. Quería volverla a ver y saber el origen de esa tristeza que me había conmovido hasta las lágrimas. Esperé con calma primero, pero al pasar las semanas, todo comenzó a acariciar los límites de la obsesión. Nunca el frontis de la tabaquería estuvo tan limpio, por todas las veces que salí a barrer en esos días para vigilar la tienda de Mrs. Parks. Llegué incluso a pasearme por los bulevares de Blue Ryar varias tardes con la esperanza de encontrarla, mientras en mi cabeza se creaban miles de diálogos posibles en caso la viera.
 
 
    Hasta que durante uno de esos paseos, fui presa de un breve destello de lucidez. Fue como si saliese un momento a la superficie después de haber estado muchas horas bajo el agua y la realidad me golpeara violentamente en el rostro. Me sentí tan ridícula, infantil y hasta avergonzada por mi comportamiento, que ese mismo día decidí recuperar mi cordura y olvidarme de aquella desconocida.
 
    Cuando su rostro finalmente comenzaba a diluirse en mi memoria y me sentí a salvo y de vuelta en mi zona de confort, ella re apareció mandando al garete todos mis buenos propósitos.
 
   Acababa de abrir y estaba sacando algunos paquetes de cigarrillos de la trastienda, cuando la campanita sonó anunciando un nuevo cliente. Grité que me esperaran un momento mientras terminaba de coger el último par de cartones de Camel. Al salir me topé con sus tristísimos ojos azules. Quizás si pudiera ver a un ángel caído, seguramente tendría los ojos así - pensé. El estómago se me revolvió de forma tan violenta que congeló hasta mi voluntad detrás del mostrador.
 
   El encuentro, como suele suceder, fue lo más alejado a cualquiera de las fantasías que mi cabeza había diseñado con precisión. Ella me miró como me miran la mayoría de clientes, como parte de la decoración mientras que yo apenas podía respirar. Con la atención puesta en los nuevos Zippo que tenía en exhibición, me pidió dos paquetes de Winston rojo. Yo aproveché para observarla intentando resolver el misterio de esa revolución que producía dentro de mí con solo mirarla. No pude. Frustrada le entregué los cigarrillos y ella me extendió veinte libras con la misma actitud ausente y lejana que; como una navaja; se incrusta dolorosamente en cualquier ilusión y la hace añicos.
 
  ¿Y es que como iba ser de otra manera? Difícilmente esa chica podría notar a alguien tan del montón como yo y que para colmo; resultado de una estúpida timidez; fuera incapaz de decirle algo medianamente aceptable, que la hiciera levantar los ojos y leer la verdad: Que yo no era de esas que escanean las calles en busca de algún objeto de adoración y que muy por el contrario, debido a esa apatía que me dominaba todo el tiempo, muy pocas personas lograban llamar  mi atención. Quise decirle que ella misteriosamente había logrado tocarme el alma, que confiara en mí, que me dejara compartir su pena hasta borrarla y que después si quería, podíamos jugar a enamorarnos...
 
   Me sorprendí a mi misma teniendo esos pensamientos, tan absurdos e irrisorios como la posibilidad de que ella y yo tuviéramos algo en común. Con una sensación de derrota insoportable fui a entregarle su cambio y la miré, como se mira a quien estamos seguros no volveremos a ver jamás. No había terminado de extenderle las monedas, cuando su blusa me dejó entrever un colgante con un unicornio de plata.
 
   Levanté mis ojos lentamente y me encontré con los suyos, desconcertados. En medio de esa inesperada conexión, extendí el brazo y saqué de debajo del mostrador el pequeño unicornio azul que una semana atrás le había comprado a Mrs. Parks. Sus ojos se abrieron de par en par al verlo.
 
              -  My unicorn and I became friends. Partly through love, partly through honesty”… pronuncié bajito y con voz ahogada.
 
    Entonces ella sonrió… Ese fue el momento, en el que podría jurar que, el resto del mundo dejó de importarme para siempre.
 
              - A mí también me gusta esa canción- me dijo
             
 
    Había escuchado a algunos decir que todos nacemos para encontrarnos… y yo siempre asocié esa afirmación a uno de los tantos y fallidos intentos del hombre por adornar su existencia con algo de leyenda. Sin embargo, bastó esa coincidencia caprichosa, para que yo; la más incrédula de las mujeres; abrigara el presentimiento de que era a ella, a quien estaba destinada a encontrar.
 
Entrada publicada por SYD708 el martes, 2 de octubre de 2012 .
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