La casita en el patio

Cuando llegó a casa, con un ramo de rosas rojas en botón para mi madre y el rostro inusualmente iluminado, lo primero que pensé fué: ¿Y este señor quien es? ¿Dónde está el hombre aplastado por la vida que tengo por progenitor? Mi madre lo miró con ojos incrédulos, dejando por un segundo de freír las torrijas del arroz del día anterior que íbamos a cenar aquella noche.


- El banco me aprobó el crédito para comprarnos el departamento





Pensé que se trataba de otra de las tantas ideas “brillantes” con las que mi padre solía ilusionarnos de tanto en tanto y a la cual esta vez no estaba dispuesta a rendirme. Sin embargo, al ver la cara, por lo general amargada y apática de mamá, transformarse con un gesto que no le veía desde hacía una decena de años mientras leía la carta que él acababa de mostrarle, supe que tal vez, ahora si sería diferente.


Recuerdo que, antes que papá nos dijera por primera vez para mudarnos, vivíamos en casa de mis abuelos, arrimados en un par de habitaciones minúsculas. En una, dormían mis padres y en la otra, mis dos hermanos, mi hermana y yo. En invierno por lo general, el ser tantos no era tan terrible pero en verano nos sofocábamos y a pesar de que en aquella casa solariega de techos altos, había otra habitación desocupada, mi abuela se negó siempre a dárnosla, creo que por temor a que termináramos instalándonos del todo y perder el completo control de su feudo. Ahora que lo pienso, durante esos años que papá estuvo desempleado y vivimos con ella, siempre se las ingenió para hacernos sentir como los huéspedes no deseados.


Hasta que un día, poco después que mi padre lograra encontrar trabajo como supervisor de almacén en una fábrica de aceros, mis hermanos y yo, sorprendimos a nuestros padres en medio de un beso apasionado. Creo que nunca antes los había visto de aquella manera. Al menos no que yo me acuerde.– Nos vamos a vivir cerca del mar- Exclamó él alzando juguetonamente a Pedro, mi hermano pequeño de apenas dos años. Tras recibir tremenda noticia, no pude pegar ojo la noche entera, alucinando como iba presumir con mis amigas del colegio, que yo, la que tenía las mismas zapatillas blancas desde hacía tres años y que cada fin de semana, las lavaba con un poco de blanqueador para que parecieran nuevas, iba a irse a vivir frente al mar. No tardé nada en comprender que imaginación y realidad son dos cosas, por lo general, diametralmente opuestas.


El departamento, no quedaba frente al mar y más bien en una calle angosta donde precisamente el sol hacía sombra. Desde la acera solo se veía un gran portón de rejas negras y cristal, por el que apenas entraba suficiente luz como para iluminar los dos metros de pasadizo que había antes de toparse con dos puertas y la escalera que llevaba a los pisos de arriba. Una de esas puertas era la nuestra. Nunca entendí porque si estando cerca al mar, nuestras escasas ventanas daban a dos ductos interiores de luz.


No había visto departamento más oscuro en mi vida. Y sin embargo, no tardamos en descubrir los beneficios de vivir por fin solos, a pesar de no ser el paraíso que papá nos había pintado y del cual pudiera presumir en el cole. Mi hermana y yo por fin teníamos un cuarto para las dos solas, Pedro hizo suyo uno de esos patios de luz de metro y medio, llenándolo con todos sus juguetes, mi hermano mayor podía pasarse todo el día encerrado en su habitación sin que nadie se acordara siquiera de él y finalmente, Mamá y Papá habían dejado de discutir y lucían un poco más sonrientes, animándose incluso a salir alguna vez juntos por la noche.




Sin embargo esa recién descubierta felicidad duraría apenas dos años, al cabo de los cuales mi abuelo falleció. Por motivos que nunca entenderé, él y mi abuela nunca se casaron ya que el viejo jamás se divorció de la primera mujer. Y claro, como suele suceder cuando alguien cruza hacia el más allá, la primera esposa a la que no había visto en cincuenta años, apareció reclamándolo todo como suyo. Así, al cabo de un par de meses del entierro, mi hermana y yo éramos trasladadas a la habitación con mis hermanos (otra vez) mientras que la ex dueña del feudo se instalaba en la nuestra, quejándose del según ella, bueno para nada de mi padre que no podía aspirar a otra cosa mejor que aquella pocilga. Tres semanas después papá perdió por enésima vez el empleo, empezaron los reproches susurrados de mi madre a mi padre por todas sus promesas incumplidas. – Tengo cuarenta cinco años hija y nunca he sido feliz- me llegó a decir mamá una tarde, después de uno de los tantos días de lucha por la supremacía doméstica con mi abuela. Mi hacinado mundo de sesenta y cinco metros se convertía en un caos y fue cuando empecé a creer que mi abuela era en realidad una fuente inconmensurable de mala suerte.





De pronto, una mañana la señora feudal amaneció muda. Le ha dado un derrame cerebral- Fue lo que le escuché decir al médico y por varios días me resistí a entrar a su habitación, imaginando que vería su cerebro chorreándose por todas partes. Después comprobé que a la abuela no se le había derramado ningún cerebro pero si que había empezado a encogerse en la silla de ruedas a la que había quedado confinada. Pronto nos acostumbrarnos a su quietud y es que de forma casi natural y por lo tanto desapercibida, la gran matriarca fue convirtiéndose en parte del mobiliario de nuestra comprimida morada. El único que parecía notarla era Pedro, quien se sentaba a jugar a sus pies o incluso le leía uno que otro cuento. A mi esa indiferencia me duró hasta que una noche, sentados a la mesa, noté como a pesar del esfuerzo que hacía, su mano ya no era capaz de sostener el tenedor. Se lo cogí y le terminé de dar de comer. Ella me miró. Estaba llorando.


En medio de esa inesperada y a la vez extraña tregua, papá volvió a conseguir un trabajo fijo. Pero no solo eso, sino que también comenzó a hacer horas extras, siendo ascendido al cabo de seis meses a jefe de almacén. Si bien aquel cambio no pudo terminar aún, con la sequía de besos y la desilusión de tantos sueños rotos, al menos logró que el rostro de mamá se relajara considerablemente. Luego, vino como siempre la promesa de la casa propia, a la que nadie por supuesto, prestó atención hasta esa noche, en la que apareció con el ramo de rosas en la mano.


Ni siquiera esperamos a cenar para agruparnos todos detrás de papá mientras que éste extendía los planos sobre la mesa del comedor. Enmudecidos, lo escuchamos explicarnos las ventajas de la ubicación, que tendríamos un patio adoquinado en la parte posterior el doble de grande, que las ventanas del salón darían a la calle y que por fin mis hermanos, tendrían su habitación y nosotras la nuestra. En medio de aquella contemplación, Pedro exclamó:


- ¿Y la abuelita donde va dormir?


Mi padre miró a mi madre y por una fracción de segundo me pareció que su rostro perdía la brillantez de hacía un par de minutos. Era como si de pronto el aire se nos hubiese cortado a todos y algo oscuro, denso como una sombra nos acechara de nuevo.


- Le haremos una casita en el patio- Dijo finalmente mi madre acomodándose de nuevo el delantal antes de dirigirse a la cocina.


Casi de forma automática, evité las preguntas con las que mi cabeza amenazó con torturarme y empecé a imaginarme los carteles que iba a pegar en mi nueva habitación. Me sentí aliviada al saber que pronto no tendría porque someterme más a escuchar a mi hermano mayor masturbarse bajo las sábanas de su cama o los reproches susurrados de mamá.


Seguía sumergida en mis fantasías cuando mamá se acercó a dejar el plato de mi abuela sobre la mesa. Sentí algo helado extenderse por mi cara al ver lo reducido de la ración comparada con la que la señora feudal solía comer normalmente. Miré a mi hermano mayor y ambos miramos a mi padre. Este sonrió levemente antes de arrancar un trozo de pan y concentrarse en su plato. No dijimos ni una palabra.


Para cuando nos mudamos, mi abuela ya no estaba con nosotros.


Mi hermana y yo nos pasamos más de una semana decorando nuestro cuarto y apenas estuvo listo, invitamos a todas nuestras amigas del colegio a la casa. Todo el mundo nos invita desde entonces. Llevo varias semanas que no puedo parar de reír. Papá y mamá no dejan de regalarse gestos cariñosos. Es tan bonito verlos así.


- ¿Donde esta Pedro? ¡Pedrooo!! La cena está servida – Exclama mamá sentándose a la mesa. Al rato llega Pedro corriendo con una hoja de papel entre las manos- ¿Qué estabas haciendo hijito?
- Papá, mamá, miren… he dibujado mi casa para cuando sea grande
- A ver…- Dice mi padre cogiendo el dibujo con interés- Pero que bonita. ¿Piensas tener cuatro hijos?- Pedro asiente y yo sonrío- Oye, bien grande la caseta del perro ¿No?
- Ay papi noooo… esa no es para el perro, es la casita que les voy a hacer a ti a mami en el patio.



Entrada publicada por SYD708 el domingo, 11 de octubre de 2009 .
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6 comentarios :

SYD708 dijo... | 4 de octubre de 2009, 21:08

Abro yo esto porque me apetece comentar algo sobre este relato. Este corresponde a mi entrega numero ocho del segundo módulo de taller de escritura que estoy haciendo. El tema: los géneros y había que escoger entre hacer un cuento de realismo sucio o un cuento fantástico. Creo que he escrito muchas cosas fantásticas, ultimamente por eso me decanté por escribir algo que se suscribiera más en el realismo sucio, algo por lo que pasé de forma muy inconsciente y bastante tibia en el Cuento de la Mariposa y que ahora, que sé de que va, pues jugué con él más a consciencia en este relato. Debo decir que me la he pasado muy bien haciéndolo, además porque siento que este experimentar por caminos desconocidos me está encantando.

Tatana dijo... | 4 de octubre de 2009, 22:04

este relato me ha hecho recordar un viejo dicho, "ten cuidado q le das de comer a tus padres, por q lo mismo te daran tus hijos a ti".

En definitiva se aprende de lo q se vive, de lo q se hereda, de lo q se mama, de lo q se ve y hay patrones q tienden a repetir.

La naturaleza humana, que compleja es, no??

besitos y nos leemos a la vuelta

Silviabr82 dijo... | 5 de octubre de 2009, 19:02

Hola:

Le cambiaste el final y tengo que decir que me gusta más este. De este relato me quedo con todo lo que das a entender y que no dices explícitamente.

Acabé el libro, a ver si lo comentamos una de estas noches

SYD708 dijo... | 5 de octubre de 2009, 22:23

¡Señorita!, me alegra saber que acabaste la novela. Hoy no me ofrezco porque estoy realmente agotada pero te envío un correo en estos días y quedamos. Trataré de no aburrirte demasiado con mis analisis psicológicos de los personajes.

dsdmona dijo... | 6 de octubre de 2009, 16:51

Todavía tengo la sonrisa en la boca al leer la última parte del cuento.
Ya lo dicen, "de lo que se come se cría"

D.

Silviabr82 dijo... | 8 de octubre de 2009, 23:38

¿Aburrirme? ¿Tú? Prometo yo más bien, no desvelar a alguien tan seguido. Por cierto, me acordé del nombre del poema, The secret, si lo encuentro te lo paso. Buen finde