Sus ojos... a pesar de los años, aún inundan
mis sueños, aquellos que hacen que finalmente termine pronunciando su nombre,
muy bajito… Ese susurro de vida, lleva ahogado en mi almohada una eternidad, o
al menos eso parece. Casi he perdido la noción del tiempo, no sé qué día es hoy
ni en qué año vivo… supongo que es normal para alguien en mis
condiciones.... Cuatro metros hasta la
cocina. Seis hasta el balcón en donde la brisa salada de la tarde zigzaguea mi
rostro y me recuerda que estoy viva, aunque a veces, muchas diría, no quisiera
estarlo. Pero para mi desgracia y la del gobierno, dios me hizo cobarde.
Esos
ojos azules, húmedos y quebradizos, se quedaron colgados en mis recuerdos como
una marca indeleble. A veces pienso que es una bendición poderlos recordar así,
tan intensos, transparentes, tan míos… pero otras veces son como una espada
ardiente que me atraviesa el corazón y lo destroza sin piedad.
Aún
me odia, lo presiento, y con toda razón. Cuantas veces he pensado en buscarla y
gritarle la verdad, que la amo con la misma fuerza de cuando nos ahogábamos en
besos impregnados de inconsciencia, ignorantes de ese futuro sin promesas
posibles que nos espiaba con cara de lobo hambriento. Sin embargo, este destino miserable y cruel,
y lo digo con una ligera sonrisa de reivindicación aunque no sirva de nada, no
ha podido quitarme la única cosa que hace soportable lo insoportable: la
capacidad de alterar, aunque sea en sueños, la realidad e inventar otra
historia, en la que ella y yo construimos una vida en común.
Era
el otoño de 1990 en Dublín. Las hojas formaban un enorme manto color tabaco
sobre aquel parquecito de St. Anne.
Nuestro lugar de encuentro por meses. Mientras la esperaba con ansias
desbocadas de una enamorada inexperta, solía caminar de un lado al otro para
sentir el crujido de las hojas secas debajo de mis pies. Mirar esos árboles
torcidos y desnudos, sombreando el cielo sobre mi cabeza y dejando que el sol
se cuele de a pocos hasta calentarme los ojos. Que sensación más placentera.
Nunca pensé que un día sin embargo, la
esperaría con el alma aplastada y el aire espeso atascado en mi garganta. De
pronto la vi a lo lejos, acercándose con las manos en los bolsillos y el rostro
alumbrado por la única sonrisa capaz de paralizar mi mundo en un segundo.
Mientras mis ojos aún vivos, registraban para la eternidad, esa imagen adorada.
Recuerdo
que sentí unas ganas incontrolables de llorar, por mí y también por ella y lo
que estaba a punto de hacerle. Sin embargo, me contuve, encendí un cigarrillo y
repasé cada palabra de aquel discurso que llevaba ensayado toda la semana. Esa
tarde, con las manos temblorosas escondidas dentro del abrigo y la frialdad más
absoluta adosada al rostro, la dejé…
(Continuará)
2 comentarios :
Estoy intrigada. Espero no nos dejes colgadas mucho tiempo sin saber como sigue.
como me gusta leerte...es un autentico subidon...
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