St Anne's Park - 2


      Siempre fui una persona pegada al suelo, demasiado tal vez. Para mí, todo lo que sucedía en la vida de alguien era el resultado de patrones de comportamiento, lógicos y ordenados, que se repetían con más o menos variantes. El amor no era la excepción. Así me había sucedido siempre, hasta ese día en que la vi y toda esa lógica que dominaba mi mundo, se desplomó como un castillo de naipes.
 
      Era una tarde típica de Junio, de llovizna incomoda y en las que una no espera que suceda nada extraordinario. Caminaba contando los adoquines mojados de James Street rumbo a la tabaquería donde trabajaba por las tardes. Casi en frente de la puerta metálica enrollable, me puse a buscar en mis bolsillos, las llaves para el candado cuando un olor dulzón, a manzana y canela traspasó mi nariz como una ráfaga violenta hasta mi cerebro. Instintivamente, levanté los ojos, buscando el origen de ese aroma poco frecuente en aquella calle impregnada a madera vieja por las diferentes casas de antigüedades apostadas a ambos lados. Sobre la acera opuesta, un grupo de chicas, reían tan llamativamente, como su maquillaje, mientras observaban las estatuas griegas que exhibía Mr. Appleton en una de sus cristaleras. Ninguna sobrepasaba los veinticinco años y por la ropa de moda y bien planchada que llevaban, fácilmente deduje que venían de Blue Ryar, la zona prospera de la ciudad.
 
     Iba a darme la vuelta para abrir la tienda, cuando mis ojos se posaron en una de las muchachas que había quedado rezagada un par de metros del resto de sus amigas y cuya imagen lograba ver reflejada en la cristalera. Con aire ausente, observaba las miniaturas de cristal veneciano colorido de la tienda de Mrs. Parks. En una de sus manos, sostenía distraídamente un muffin a medio comer. A diferencia de las demás, ella vestía de forma más relajada, llevaba vaqueros rasgados, una chaqueta marrón corta y zapatillas desteñidas. Su cabello liso y castaño estaba húmedo y caía desordenadamente sobre parte de su rostro. Era la única que no llevaba paraguas y parecía no importarle. Tuve la impresión de que todo en ella fuera como un grito silencioso de libertad.
 
    
    A pesar de su “no estar” y del ceño fruncido, su rostro, lavado y sin maquillaje, estaba empapado de una dulzura natural que la acercaba. En eso, extendió los dedos, tratando de alcanzar algo pero antes de tocar el cristal se detuvo, como si acabara de despertarse. Miró en dirección a sus amigas, cerciorándose de no haber sido descubierta mientras lanzaba el muffin en una papelera cercana. Introdujo sus manos en los bolsillos y antes de reunirse con su grupo, miró nuevamente hacia la cristalera y yo descubrí los ojos más tristes que había visto alguna vez. Esos capaces de estrujar hasta el corazón más implacable en un segundo. Fue tal el impacto, que sentí como si de pronto me hubiesen vaciado los pulmones y al tratar de respirar, sintiera un agujero enorme que no era capaz de llenarlo con nada. Algo así como la desolación supongo. No me di cuenta que lloraba hasta que sentí un frío ligero bajando por mis mejillas y mis labios se cubrieron de sal.
 
     En medio de toda esa situación irracionalmente sentimental, me descubrió espiándola por la espalda. Mi cuerpo se quedó muy quieto mientras era golpeado por una lluvia creciente. Ella hundió rápidamente, los ojos en el pavimento y finalmente alcanzó a sus amigas. La seguí con la mirada hasta que el grupo dobló la esquina. Aún aturdida, como si acabara de recibir un electroshock, crucé la calle y miré a través de la cristalera, tratando de averiguar qué era lo que había llamado tanto su atención. Entre otras miniaturas, descubrí un pequeño unicornio de cristal azul. De todos los personajes mitológicos, mi favorito. El solo pensar que podríamos tener ese pequeño detalle en común me hizo inexplicablemente feliz. Y deseando con fervor beato que fuera eso lo que había despertado su interés, me quedé con los ojos fijos en aquella figura, mientras el aroma a manzana y canela me llegaba desde la papelera.
Entrada publicada por SYD708 el domingo, 23 de septiembre de 2012 .
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