St. Anne's Park - 10

(PRIMERO LEER LA PARTE 9 QUE HA SIDO COLGADA EL MISMO DIA)

               Me miró con compasión y fue como si cortara de un sablazo lo poco de voluntad que me quedaba.  Resbalé entonces hasta quedar sentada en el suelo, envuelta en un llanto repentino. Descubrí lo terrible que era recibir compasión del ser que yo adoraba. Es insoportable...

                Arianne intentó acercarse pero yo con el brazo en alto le indiqué que no lo hiciera. Lloré sin límites, liberando el desconsuelo de la verdad callada por tanto tiempo, que termina por reventar, destruyendo a su paso las debilitadas fibras de un corazón ingenuo y desesperado. Entre esas lágrimas que no cesaban de brotar, miré mis manos vacías, tratando de recordar una y otra vez,  el momento preciso en el que opté por abandonar la cordura para hundirme en el caos del desamor.

-          Dime que más tengo que hacer… - dije entonces con voz temblorosa- para arrancarte ese dolor que te anula al mundo y no te deja ver más allá de ti misma. ¿Debo guardar todavía alguna esperanza o debo huir en sentido contrario y olvidarme de ti de una vez por todas? - la miré encontrándome con sus ojos enrojecidos- ¿O es acaso este presentimiento que me acompaña desde que te conocí, un invento caprichoso de mi cabeza?  Yo caminé por la vida sin un propósito claro hasta que te vi.  Me enamoré de tus ojos tristes sin saber sus motivos y desde entonces no he dejado de desear… vivir en tu corazón. Regalarte sueños nuevos y victorias que te hagan más fuerte… y risas ¡Por dios!… cualquier cosa con tal de salvar esto que no se llamarlo de otra manera que verdad.  

Ella se mantuvo en silencio, soportando mi mirada hasta que finalmente hundió los ojos en el suelo.  Todo el aire  de la habitación fue insuficiente para entrar en mis pulmones y quitarme el peso que había terminado de alojarse en mi pecho. Resoplé resignada y sabiendo que ya no tenía nada más que hacer, me puse de pie con esfuerzo.

-          Aunque ahora sé que es imposible, de verdad creí que algún día podías llegar a mirarme con ilusión, que escribiríamos una nueva historia solo de las dos… si tan solo me hubieses dejado entrar, completamente y no a medias, yo hubiese hecho el resto- caminé hasta el baño y antes de entrar agregué- cuando salgas, por favor déjame la llave.


                Me di una ducha larga, durante la cual terminé de ahogar mi borrachera y mis últimas lágrimas hasta que mis ojos escocieron. No tenía ni idea de lo que iba hacer sin ella en mi vida, no quería pensar, esa noche no. Lo haría mañana. Me enfundé en el pijama y salí dispuesta a librar otra batalla con los fantasmas de mi soledad.

                Foto: Linnea Strid

 

                Mi sorpresa fue enorme cuando al salir, la encontré sentada sobre la cama. Desnuda. Un escalofrío recorrió mi espalda hasta sacudirme las entrañas. No supe cómo reaccionar. Entonces ella, extendiendo su mano hacia mí, me dijo:

-          Ven… enséñame a quererte…

                La miré y en ese instante descubrí unos ojos distintos, llenos de una calidez que me traspasó, como si fueran alas de ángel abrigando mi pecho helado  y apartando cualquier sombra de tristeza, para dar finalmente paso a la ilusión de vivir algo más que un instante feliz en medio de la más implacable tormenta.  

                Me acerqué lentamente hasta sentarme sobre la cama. Apenas estuve cerca de ella, mis manos parecieron volverse de gelatina, incapaces de hacer nada más que restar inertes sobre mi regazo.  Fue ella entonces quien estiró los brazos para coger mi sudadera y despacio tirar de ella hasta quitármela.  Cuando siguió con mis pantalones, el hormigueo en mi espalda se hizo más intenso, casi como una lluvia feroz desatada sobre mi piel sin memoria. Las dos quedamos en igual de condiciones, frente a frente, mirándonos a los ojos, como nunca antes lo habíamos hecho. Ahora mismo, tampoco sé cómo explicarlo pero fue como si mi soledad se encontrara finalmente con la suya y firmaran un pacto, el  de acompañarse todo el tiempo que les regalara la vida.  

                Entonces una de sus manos se posó sobre la mía y la guió hasta uno de sus pechos. Cerré los ojos ni bien sentí la sublime tibieza de esa redondez que abarcaba toda mi palma, casi como si hubiera estado hecha a mi medida. Mis dedos fueron los primeros en recuperar el control, ávidos por descifrar todos sus misterios. Nos contemplamos varios minutos, reconociendo y registrando en la memoria,  cada pliegue, cada lunar, cada imperfección, iniciando de a pocos, una danza sentida e íntima, donde por fin éramos solo las dos, las protagonistas. Su mano sosteniéndome, su pecho en el mío, fundiéndose en un solo respiro.

                El sentimiento se tiñó de deseo contenido y mi boca buscó la suya para perderse en el vaivén de su lengua que adquiría por primera vez una fuerza que hasta ese momento me había sido esquiva. Nos revolcamos como dos ramas entrelazadas a merced de la corriente, hasta impregnarnos de nuestros olores. Sentí claramente como se colaba por mis venas y fluía hasta mezclarse con ese amor moribundo que acaba de sobrevivir bebiendo de sus besos. Mis ojos volvieron a nublarse mientras me hundía en su vientre y mis manos terminaban de enredarse entre sus cabellos con olor a hierba fresca. Lo inexplicable cobraba sentido y una extraña felicidad, una a la que no estaba acostumbrada, se apoderó de mí, al comprobar que el destino no había obrado caprichosamente, al traerla a mi vida.

                Estaba perdida en la claridad de sus ojos, cuando finalmente entré en ella. Creí que iba a desmayarme al sentir como el deseo y ese amor joven confluían hasta el punto de sentar sus primeras raíces. Cuando estalló entre mis besos, tuve la primera gran certeza de que había rasguñado su corazón lo suficiente como para trazarme un camino seguro hacia el objetivo que hacía unos minutos atrás parecía imposible: llegar a habitarlo completamente, dejando sus penas sin historia.
Foto: Perry Gallagher
 
                Esa fue la primera vez que hicimos el amor… la primera vez que supe lo afortunada que era por poder morir y renacer en los brazos de ese amor que había esperado toda la vida y por el que fui capaz de descender al mismo infierno.

 
Entrada publicada por SYD708 el lunes, 28 de enero de 2013 .
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