Me miró con compasión y fue como si cortara
de un sablazo lo poco de voluntad que me quedaba. Resbalé entonces hasta quedar sentada en el
suelo, envuelta en un llanto repentino. Descubrí lo terrible que era recibir
compasión del ser que yo adoraba. Es insoportable...
Arianne
intentó acercarse pero yo con el brazo en alto le indiqué que no lo hiciera. Lloré
sin límites, liberando el desconsuelo de la verdad callada por tanto tiempo,
que termina por reventar, destruyendo a su paso las debilitadas fibras de un
corazón ingenuo y desesperado. Entre esas lágrimas que no cesaban de brotar, miré
mis manos vacías, tratando de recordar una y otra vez, el momento preciso en el que opté por abandonar
la cordura para hundirme en el caos del desamor.
-
Dime que más tengo que hacer… - dije entonces con voz temblorosa- para
arrancarte ese dolor que te anula al mundo y no te deja ver más allá de ti
misma. ¿Debo guardar todavía alguna esperanza o debo huir en sentido contrario
y olvidarme de ti de una vez por todas? - la miré encontrándome con sus ojos
enrojecidos- ¿O es acaso este presentimiento que me acompaña desde que te
conocí, un invento caprichoso de mi cabeza?
Yo caminé por la vida sin un propósito claro hasta que te vi. Me enamoré de tus ojos tristes sin saber sus
motivos y desde entonces no he dejado de desear… vivir en tu corazón. Regalarte
sueños nuevos y victorias que te hagan más fuerte… y risas ¡Por dios!… cualquier
cosa con tal de salvar esto que no se llamarlo de otra manera que verdad.
Ella se mantuvo en silencio,
soportando mi mirada hasta que finalmente hundió los ojos en el suelo. Todo el aire de la habitación fue insuficiente para entrar
en mis pulmones y quitarme el peso que había terminado de alojarse en mi pecho.
Resoplé resignada y sabiendo que ya no tenía nada más que hacer, me puse de pie
con esfuerzo.
-
Aunque ahora sé que es imposible, de verdad creí que algún día podías
llegar a mirarme con ilusión, que escribiríamos una nueva historia solo de las
dos… si tan solo me hubieses dejado entrar, completamente y no a medias, yo hubiese
hecho el resto- caminé hasta el baño y antes de entrar agregué- cuando salgas,
por favor déjame la llave.
Me
di una ducha larga, durante la cual terminé de ahogar mi borrachera y mis
últimas lágrimas hasta que mis ojos escocieron. No tenía ni idea de lo que
iba hacer sin ella en mi vida, no quería pensar, esa noche no. Lo haría mañana.
Me enfundé en el pijama y salí dispuesta a librar otra batalla con los
fantasmas de mi soledad.
Foto: Linnea Strid
Mi
sorpresa fue enorme cuando al salir, la encontré sentada sobre la cama.
Desnuda. Un escalofrío recorrió mi espalda hasta sacudirme las entrañas. No
supe cómo reaccionar. Entonces ella, extendiendo su mano hacia mí, me dijo:
-
Ven… enséñame a quererte…
La
miré y en ese instante descubrí unos ojos distintos, llenos de una
calidez que me traspasó, como si fueran alas de ángel abrigando mi pecho helado
y apartando cualquier sombra de tristeza,
para dar finalmente paso a la ilusión de vivir algo más que un instante feliz en
medio de la más implacable tormenta.
Me
acerqué lentamente hasta sentarme sobre la cama. Apenas estuve cerca de ella,
mis manos parecieron volverse de gelatina, incapaces de hacer nada más que restar
inertes sobre mi regazo. Fue ella entonces
quien estiró los brazos para coger mi sudadera y despacio tirar de ella hasta
quitármela. Cuando siguió con mis
pantalones, el hormigueo en mi espalda se hizo más intenso, casi como una
lluvia feroz desatada sobre mi piel sin memoria. Las dos quedamos en igual de
condiciones, frente a frente, mirándonos a los ojos, como nunca antes lo
habíamos hecho. Ahora mismo, tampoco sé cómo explicarlo pero fue como si mi
soledad se encontrara finalmente con la suya y firmaran un pacto, el de acompañarse todo el tiempo que les regalara
la vida.
Entonces
una de sus manos se posó sobre la mía y la guió hasta uno de sus pechos. Cerré
los ojos ni bien sentí la sublime tibieza de esa redondez que abarcaba toda mi
palma, casi como si hubiera estado hecha a mi medida. Mis dedos fueron los
primeros en recuperar el control, ávidos por descifrar todos sus misterios. Nos
contemplamos varios minutos, reconociendo y registrando en la memoria, cada pliegue, cada lunar, cada imperfección, iniciando
de a pocos, una danza sentida e íntima, donde por fin éramos solo las dos, las
protagonistas. Su mano sosteniéndome, su pecho en el mío, fundiéndose en un
solo respiro.
El
sentimiento se tiñó de deseo contenido y mi boca buscó la suya para perderse en
el vaivén de su lengua que adquiría por primera vez una fuerza que hasta ese
momento me había sido esquiva. Nos revolcamos como dos ramas entrelazadas a
merced de la corriente, hasta impregnarnos de nuestros olores. Sentí claramente
como se colaba por mis venas y fluía hasta mezclarse con ese amor moribundo que
acaba de sobrevivir bebiendo de sus besos. Mis ojos volvieron a nublarse
mientras me hundía en su vientre y mis manos terminaban de enredarse entre sus
cabellos con olor a hierba fresca. Lo inexplicable cobraba sentido y una
extraña felicidad, una a la que no estaba acostumbrada, se apoderó de mí, al
comprobar que el destino no había obrado caprichosamente, al traerla a mi vida.
Estaba
perdida en la claridad de sus ojos, cuando finalmente entré en ella. Creí que
iba a desmayarme al sentir como el deseo y ese amor joven confluían hasta el
punto de sentar sus primeras raíces. Cuando estalló entre mis besos, tuve la
primera gran certeza de que había rasguñado su corazón lo suficiente como para
trazarme un camino seguro hacia el objetivo que hacía unos minutos atrás
parecía imposible: llegar a habitarlo completamente, dejando sus penas sin
historia.
Foto: Perry Gallagher
Esa
fue la primera vez que hicimos el amor… la primera vez que supe lo afortunada
que era por poder morir y renacer en los brazos de ese amor que había esperado
toda la vida y por el que fui capaz de descender al mismo infierno.
0 comentarios :
Publicar un comentario