St. Anne's Park- 9


          Desperté confundida y sobresaltada, con la sensación de estar en un lugar extraño. Todo en frente mío lucía desenfocado y cubierto por un espeso humo plomizo, que borraba el contorno de mi visión, casi como si estuviera viendo a través de una cerradura. Apreté los ojos un momento y respiré buscando inyectarme algo de calma. Para cuando los abrí nuevamente, reconocí por fin mi habitación de techos altos y paredes blancas. Vi que aún era de día, pues se colaba algo de luz por la ventana empañada de frío y a lo lejos, pude escuchar el sonido endemoniado de los claxons en hora punta. En medio de ese barullo urbano exacerbando aún más mi angustia, me llegó entonces el sonido suave de una respiración acompasada. Sentí un alivio inmediato al comprobar que ella aún dormía junto a mí. Quise moverme pero no pude. Tenía el cuerpo agarrotado y adolorido. En el intento solté un leve quejido que alertó a Arianne. Se giró hacia mí y me miró largo rato sin decir una sola palabra. Para ella también pareció ser un descubrimiento el hallarse en mi cama a esas horas. Noté que su hematoma había crecido hasta cubrirle todo el mentón con una mancha entre violeta y verdosa. Entristecida por esa imagen, hice el esfuerzo de estirar mis dedos y acariciarle el pelo.  Un recuerdo entonces irrumpió violentamente en mi cabeza. Podría haber jurado que sentí su aliento caliente y alcoholizado en mi nuca. Comencé a temblar.

-          ¿Qué te pasa? – me preguntó asustada.

-          Tengo frío…mucho...

 Pensé que iba morirme ahí mismo mientras mi cuerpo se descontrolaba salvajemente. Ella, en un acto desesperado, se pegó a mí y me abrigó con fuerza, tratando de contener mi exaltación. Casi no podía respirar, era como si el aire se hubiera convertido en plomo líquido y que al aspirarlo, dolía inmensamente. En medio de ese ataque de pánico, Arianne comenzó a besar mi espalda, con besos cortitos, sentidos y plagados de una dulzura poco común en ella. Cerré los ojos sin poder evitar que las lágrimas se escurrieran por mis mejillas. Esas caricias fueron en ese momento, como el agua, esa que llega a un moribundo recién rescatado del desierto más implacable, después de haber estado perdido durante semanas. A salvo, en brazos de la única persona capaz de apartar mis miedos y apaciguar mi rencor, fui abandonándome, nuevamente,  a esa terca e ingenua creencia mía de que todo con ella era posible.
 

-          Voy a hacer café, quédate aquí – me susurró mientras se levantaba.

                Me acomodé segura bajo las sábanas y cerré los ojos. Casi me había quedado dormida cuando escuché un grito desgarrador que provenía de la cocina. Iba a bajarme de la cama cuando, a lo lejos, logré escuchar al locutor de noticias del telediario de las seis, narrar los detalles  de mi crimen.

 ...

                Acompañarla en su luto supuso resistir más allá de lo imaginable, resistir a la convivencia con ese dolor, palpar sus llagas en silencio, entre incendios de rencor, culpa y mucha impotencia.  Castigo que consideré más que apropiado por haberme convertido en la verdugo de su verdugo, lo que me hacía también culpable de su tremenda desdicha. Pasar con ella ese trance, supuso también esperar pacientemente en un rincón; a que un día;  a través de esas lágrimas que le cegaban los ojos y el corazón, por fin pudiera verme.

                Y con esa esperanza como único sostén,  permanecí a su lado, mientras ella yacía como extraviada, encerrada en sus recuerdos y tan ajena a mí  hasta el punto de dolerme.  

               Fue cuando apareció el miedo a que la sombra de ese animal no dejara de acecharnos nunca,  que las noches se tornaron más borrosas y oscuras, en donde la impaciencia hacía presa de todo a su paso y los gatos negros de ojos brillantes parecían inundar las calles. Comencé a sufrir delirios de persecución, cegueras momentáneas, fiebres y falta de apetito. Poco a poco fui perdiendo la batalla contra el frío horroroso de una soledad que se acoplaba a mi piel hasta fundirse con ella. Ese desamparo absoluto en el que empecé a hundirme, me empujó varias noches de desesperación a la calle Redford, a comprar un abrazo, caricias de mentira y el calor de un cuerpo, que imaginaba fuera el suyo, estremeciéndose por mí.  Aunque al final, pasado el efecto, las sombras siempre terminaban por atraparme  nuevamente, haciéndome tropezar varias veces durante el camino a esa casa en donde la mujer de mi vida me esperaba con el corazón inservible.  

                Una noche, una de esas donde la soledad duele más de la cuenta, la paciencia finalmente se me agotó.

                Llevaba como un litro de vodka en la sangre cuando llegué a la puerta del edificio. La luz encendida del salón que traslucía por las cortinas me advirtieron de su presencia. -Hoy no- pensé- no voy a poder resistirlo- me dije mientras apretaba los puños contra la pared, como buscando algo de coraje en algún rincón de mi cuerpo intoxicado.

                 Subí pesadamente la escalera tratando de alargarla más de la cuenta. Por un momento pensé en correr pero estaba demasiado alcoholizada para escapar. Finalmente abrí la puerta y al hacerlo, pude ver que enjuagaba sus ojos rápidamente antes de mirarme y forzar una sonrisa.

                Como la odiaba cuando no podía ocultar el esfuerzo que le suponía mostrarse bien ante mí. Sentí que la rabia me subía a la cabeza, avivada aun más por el alcohol de esa otra maldita noche de amor comprado.

-          ¿Quieres cenar? – me preguntó levantándose con intención de ir a la cocina.

-          Quiero que me quieras
Entrada publicada por SYD708 el domingo, 27 de enero de 2013 .
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1 comentarios :

Sandra dijo... | 31 de enero de 2013, 16:09

Qué difíciles somos los humanos, hasta dónde nos puede llevar el amor hacia una persona...???