A pesar de la oposición férrea que pusieron
sus padres, Arianne se inscribió en el Griffith College de periodismo en Dublín
y ni bien se sumergió en los estudios, su ánimo, su energía, en realidad toda
esa actitud pasiva con la que se había enfrentado a la vida, comenzó a cambiar.
Por momentos me recordaba a una niña curiosa y emocionadísima, que acababa de
descubrir un pasaje secreto al mundo mágico que había construido en sueños.
Recuerdo
que para su cumpleaños le regalé una Leica
M6 usada pero que funcionaba muy bien. La cámara no tardó en volverse una
extensión de su brazo. Fotografiaba todo lo que se le ponía en frente, hasta yo
misma me convertí en parte de su experimento. Creo que las únicas fotos que
alguna vez existieron de mi, las hizo precisamente Arianne y supongo que a
estas alturas, ya no existen. Debido a ese poco apoyo familiar que recibió, optamos
por acondicionar el baño de mi piso para que hiciera las veces también de cámara
oscura. Más de una vez tuve que ducharme entre manojos de fotos colgadas y siempre
me quedaba pegada mirándolas buen rato mientras me dejaba sorprender por esa
capacidad suya para escarbar en las imágenes y mostrarlas de un modo distinto. Bajo
su mirada, una habitación derruida y sucia de pronto podía convertirse en un
grito de piedad para los homeless o
un violinista hippie en el metro, en la perfecta excusa para denunciar la falta
de apoyo a la cultura popular. En
aquella época, era ya evidente y no solo para mí, ese talento natural para volver
noticia hasta las cosas más cotidianas. Al terminar su segundo semestre, había
desarrollado un sentido de la crítica puntilloso y rebelde, de aquellos que
buscaban mover hasta la última fibra del lector más reacio. Vislumbré
claramente que llegaría a ser una gran periodista y eso me llenó de orgullo.
En
cuanto a mí, me gradué de la Universidad de Dublín y entré a trabajar en la facultad
de Botánica, en ese proyecto sobre plantas medicinales que yo misma propuse. Y
eso significó no solo bañarse entre fotos sino comer entre plantas exóticas que
poco a poco fui trayendo a casa y con las cuales practicaba una y mil mezclas
experimentales. Si bien Arianne siguió
viviendo en casa de sus padres, pasaba gran tiempo en la mía y ésta no tardó en
poblarse de detalles muy suyos, que al mezclarse con los míos, fueron formando
al cabo del tiempo, un caótico pero delicioso equilibrio.
Ávidas
las dos por experiencias nuevas, no solo el piso quedó pequeño, sino también Dublín
y fue cuando comenzamos a madurar nuestro plan de ver el mundo. Sobre todo para
Arianne, este plan fue convirtiéndose en una necesidad.
Tras
esa primera noche de amor compartido, siguieron muchas otras pero el camino
hacia su corazón no fue nada fácil. Aunque ahora que lo pienso ¿qué cosa lo es
cuando de amor se trata? Fue más bien un camino tortuoso, sobre el cual se
precipitaron muchas otras tormentas, plagadas de celos, silencios desesperantes
y llanto escondido. Noches enteras batallando
por evitar que se encerrara nuevamente en las cicatrices de su alma y a cambio, me dejara poblarla de recuerdos
nuevos. Noches espantando mis propios fantasmas. Felizmente no claudicamos, ni
ella ni yo.
El
tiempo, al menos esa vez, hizo su
trabajo y un día le nació la sonrisa. Casi puedo recordar el momento, fue a
fines de la primavera de 1990, en la que tuve la impresión de que mi guerra
había terminado. Era un sábado de esos
en los que Arianne solía quedarse y amanecer en mi cama. Cosa rara, me desperté más tarde que ella y la sorprendí observándome.
Por un breve momento me asusté pero después, pude notar como que sus ojos
habían cambiado de luz. Habían pasado de la noche más densa a una claridad casi
celeste y me regalaban una ternura inesperada. Sus facciones se habían
suavizado, dejando atrás la rigidez del dolor extendido por tanto tiempo. Sonreí
y lo que en ese instante fue una mera sospecha, sería confirmado después por su
propia voz.
Estábamos
terminando de desayunar en medio de esa selva en la que había convertido la
cocina. Arianne leía el diario mientras yo tallaba una de mis miniaturas.
-
¡Es increíble!- protestó- siguen diciendo que los de Amnistía son unos
terroristas disfrazados de activistas pacíficos. Aggg… la política da asco y la
iglesia ni se diga.
-
Ya, por eso tu no haces política y has decidido mandar a la mierda a
la iglesia para estar con una mujer ¿No?
Ella asintió divertida. Entonces
levanté la miniatura que acababa de terminar para enseñársela.
-
¿Qué es? – me preguntó.
-
Un monito- contesté.
-
Anda, no me vaciles.
-
Pero si está clarísimo.
-
Seeee- riendo- seguro, eso es cualquier cosa menos un mono, ¿donde
está la cola a ver?
-
Pues es un mono descolado – contesté divertida- es que mis miniaturas son sui generis.
Arianne estalló en una carcajada
golpeándome cariñosamente la cabeza con el diario.
-
Ok… es una mierda – confesé entre risas – antes de lanzar el cerillo a
la papelera- mejor me pongo con el informe que tengo que presentar el lunes y
cuelgo cualquier esperanza de ser escultora de miniaturas. ¿Ya ves? De artista
solo tengo la pinta.
Sonreí
antes de levantarme para buscar mis papeles. Estaba de espaldas a ella cuando
me dijo:
-
Te quiero…
Paralizada,
Fui incapaz de darme la vuelta, por temor a que hubiese sido una de mis
alucinaciones. Ajusté un poco los ojos tratando de aclarar mi visión que se
había vuelto borrosa, supuse por la impresión y por las lágrimas que esbozaban
de mis ojos. Esperé todo el silencio que siguió a esa confesión con la
respiración reprimida, hasta que Arianne, como si hubiese leído mis pensamientos,
se me acercó por detrás y me rodeó por la cintura, apoyándose contra mi
espalda. Cerré los ojos, sintiendo mi corazón entrar en una locura inesperada,
al sentir como esa pieza faltante con la que había vivido hasta ese día, le era
devuelta sin previo aviso. Fue uno de esos momentos soñados miles de veces, que
hubiese querido prolongar una eternidad y al que vuelvo constantemente aún
después de tantos años.
-
Vámonos lejos de una vez. Mis padres comienzan a hacer preguntas que
no quiero contestar y esta ciudad me ahoga, además... – Hizo que me girara
hacia ella- ya no me gusta acostarme
lejos de ti.
-
¿Estás segura?
-
Nunca lo estuve tanto…
Ella
me acarició el cabello y me regaló una de las sonrisas más bonitas que mis ojos
registraron alguna vez. La quedé mirando un instante y en ese preciso momento,
una gran sombra nos envolvió. De pronto sentí como si sus palabras me quedaran
grandes. El alma se me cayó a los pies, al recordar que mis manos llevaban la
marca indeleble de la sangre de un hombre. Por primera vez, ese crimen me pesó
tremendamente sobre la conciencia.
-
¿Qué te pasa? – me preguntó extrañada.
-
Es que yo….
Por
un segundo tuve el impulso de decírselo. De confesarle sobre esa noche pero el
terror a perderla, silenció mi voz y tragué de regreso aquel intento de
confesión. Sin embargo me había puesto muy nerviosa y para evitar ser
descubierta me volví con la intención de ir en busca de mis libros. En ese
movimiento brusco, la vista se me
desenfocó nuevamente pero esta vez hasta oscurecerse por completo, haciendo que
tropezara fuertemente contra la mesa del comedor, que no llegué a ver.
-
¡Cuidado! ¿Estás bien? – me preguntó
acercándose preocupada.
-
Si… creo que ese informe me ha tenido en vela muchas horas. Me duele
la cabeza.
-
Ven tonta… - me dijo mientras me ayudaba a enderezarme- vamos a que
duermas un poco entonces.
-
Voy pero con una condición.
-
¿Cuál?
-
Que vengas conmigo – le dije. Ella sonrió y me besó en la boca antes
de abrazarse a mí.
-
Oye
-
¿Qué? – pregunté.
-
Damos asco ¿no?
-
Si… pero que importa, nadie nos ve…
Más
allá que una propuesta romántica, lo que en realidad hice fue pedirle que me acompañara porque hasta cuando llegué a la
cama y me eché junto a ella, no había recuperado del todo la vista.
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