St. Anne's Park - 12


           Después de recuperarme de ese accidente con la mesa, episodios similares, comenzaron a repetirse con mayor frecuencia. Me ocurría solo por las noches. Las luces de las calles aparecían ante mis ojos bastante tenues, casi como velas a punto de ser tragadas por un gran marco informe de un negro absoluto que rodeaba mi vista. Era como mirar a través de un agujero. Este raro fenómeno, hizo que empezase a caminar con zozobra por las calles de Dublín cuando estaba sola. Reduje entonces, mi radio de acción a esas horas, limitándome a zonas cercanas a mi edificio o a St. Annes, en donde me conocía de memoria todo el mobiliario urbano y demás cosas con las que podía tropezar.   Sin embargo y a pesar de lo vulnerable que comencé a sentirme, decidí ignorar todo aquello que amenazara mi felicidad recién conquistada.  Le eché la culpa al stress y creí que si me esforzaba por verlo todo dentro de los parámetros de lo normal, pronto esa sensación de inseguridad desaparecería y las noches volverían a ser las de siempre. Lo mismo hice con mi secreto. Me dejé envolver, consciente o inconscientemente, no lo sé, por una especie de amnesia que me distanció de ese asesinato, al punto de auto convencerme que se había tratado de un mal sueño.  

                Fue en aquella época, que creí que había logrado escapar de las consecuencias de mi crimen, pero me equivoqué.

                A comienzos del otoño de 1990, aquel agujero negro apareció también durante el día hasta volverse permanente y me asusté. Sin que Arianne se enterara, acudí al médico. Es curioso pero después de tantos años, recuerdo a la perfección el rostro del doctor Brown, leyendo mi veredicto con sus gafas negras a lo Woody Allen. Tras varios análisis y pruebas que mantuvieron en vilo cerca de cuatro semanas, finalmente recibí mi sentencia: Cadena perpetua.

-          Es congénito...

-          ya... y ese tratamiento que propone, ¿que lograría?

-          Retrasar el proceso unos años.

-          Pero al final sería lo mismo. ¿Verdad?

-          Siento no poder decirle otra cosa.

-          No se preocupe. Tal vez si fuera dueño de uno de esos laboratorios en donde esconden las curas para llenarse los bolsillos manteniendo a la gente enferma,  podría decirme otra cosa,  pero es solo un doctor que hace su trabajo...gracias de todos modos.

                Recuerdo que al salir del Blacker Medical Center, la luz del día me dolió hasta las sienes. Caminé un par de calles y  casi por inercia me adentré en el Grandie’s Pub de City Line. Ordené la sopa del día, una hamburguesa con queso y tocino, papas fritas y helado de chocolate. Engullí todo en siete minutos, a pesar de no tener hambre. El agujero que se me había formado en el estómago era tan grande que pensé que con toda esa comida podría llenarlo y así dejaría de sentir ese frio insoportable, traspasándome y amenazando con dejarme sin respiro, inerte para siempre.   Mientras comía, mis ojos se quedaron inmóviles sobre el gran ventanal desde el cual, al otro lado de la calle, se podía ver un gran anuncio promocionando un tour al África. El slogan decía: Conoce tus límites en este mágico y exótico destino. Estaba claro que yo no había necesitado salir de Dublín para conocer mis límites...y consecuencia de ello, tocaba entonces emprender el largo camino hacia mi expiación.
                Cuando abandoné el pub, el sol estaba por ponerse. Me encaminé hacia St. Anne y me senté en la banca solitaria a mirar ese atardecer. En un momento alcé la vista al sentir el ruido de las hojas de los arboles golpearse unas contra otras. Al fondo, se escuchaba el graznido de los patos en el lago. Cerré los ojos, tratando de poner mi mente en blanco y abandonándome a esa especie de orquesta de sonidos, dejándome acunar con ellos mientras mis mejillas se mojaban de desconsuelo. Miré entonces como el sol caía rendido sobre el horizonte e iba apagándose lentamente, casi como mis ojos. Memoricé esa tarde, cada detalle, cada gama de color, los pliegues de los troncos torcidos, el amarillo de las hojas a punto de caer, los anaranjados y rojos de los picos de los patos en contraste con su blanquísimo plumaje. La banca de bronce y madera envejecida en donde la besé por primera vez...

                  Había quedado con Arianne en encontrarnos en casa para cenar pero yo no aparecí hasta entrada la noche, cuando estuve segura de haber juntado nuevamente todos los pedacitos de mi alma rota . Ni bien la vi me le acerqué y la abracé como si con ello lograra fundirla a mi cuerpo el resto de la vida. Minutos después yacía junto a ella, desnuda sobre la cama.  La contemplé largo rato, recorriendo cada parte de su cuerpo con mis dedos. Me detuve mucho más que otras veces,  sintiendo cada textura, cada curva, cada pliegue, casi como si fuera a después tener que dibujarla de memoria un millón de veces. Cuando terminé de amar hasta su más pequeño detalle, me recosté a su altura y le susurré: véndame. Mientras ella me amaba esa noche, yo no solo sentí que me moría sino que traté de reproducir algo parecido a una película de Arianne en mi cabeza, tratando de asociar cada movimiento que hacía a una imagen concreta, anotando mentalmente los detalles que faltaban para poder robarlos en los días siguientes y esa película corriera con facilidad. Supe desde ese momento que el camino hacia la expiación de mis culpas, solo podría ser soportado si de alguna forma me la llevaba conmigo. Semanas después, cuando finalmente logré reproducir esa película a la perfección, comencé a armar mi discurso de despedida.   

                El discurso, dicho con la frialdad de quien aparenta no tener corazón, fue tan cruel que aún ahora, después de tantos años, me es imposible reproducirlo. Frases estudiadas para clavarse como estacas ardientes dentro de la carne hecha trizas. Solo repetiré una, la más lapidaria de todas: Yo lo maté... después de acostarme con él.

                Aún se me parte lo que queda de este corazón enfermo de silencio, al recordar la expresión de su rostro, teñido de horror por mi confesión. Me miró como quien mira a una bestia a punto de atacar. Después fue aún peor. Había conocido la tristeza y la felicidad de sus maravillosos ojos pero nunca los vi como esa tarde: Devastados.

                Tras varios segundos sin reacción, finalmente corrió hacia mí, desesperada y me abrazó con fuerza, como si quisiera negarse a esa verdad que le había prácticamente vomitado a la cara. Pero luego, aún con el rostro hundido en mi pecho, me golpeó repetidas veces, como con una mezcla de impotencia y furia casi salvaje. No puse resistencia y sentí como cada uno de sus golpes cargados de amargura,  abrían una herida sangrante dentro de mí. Cerré los ojos para no llorar al darme cuenta que acaba de convertirme en la verdugo del ser que más adoraba. Creo que no hay nada más insoportable que ser consciente de ello y no poder hacer nada para evitarlo.

                Esa fue la última vez que la vi.

                Las semanas que siguieron a esa tarde, fueron como vivir en un infierno de dudas y pena, esperando a que vinieran en cualquier momento por mí. Pero ella no me delató y más bien me condenó a algo peor. A una lucha desesperante por no sucumbir a mi egoísmo y salir corriendo en su búsqueda. Todo ese calvario fue mucho más difícil por esa inexplicable conexión que tenía con ella. A la distancia, en sueños o despierta, seguía presintiéndola, con una claridad tal que casi sentía su dolor flotando por mis venas hasta encogerme los huesos. La angustia no me dejaba ni un minuto y fácilmente hubiese vendido mi alma al diablo con tal de poder abrazarla una vez más… pero eso habría sido condenarla a una vida sin futuro.

                Fue una lucha también por aprender a lidiar con esa soledad que en el silencio de mi habitación me golpeaba sin piedad y parecía iba a tragarme en cualquier momento. Las sombras que me acechaban constantemente me importaron muy poco. Nada se comparaba a la oscuridad que su ausencia había sembrado en mi alma y a la visión desoladora de una vida sin ella.


Foto: A'antist

                Tres meses después de ese último encuentro en el parque, supe que Arianne había dejado Dublín.  Lloré por dos días enteros. Fue como si me arrancaran el último suspiro de vida que me quedaba pero también me enorgullecí tanto de ella. La niña de mis ojos finalmente lo había logrado. Había decidido luchar por ella misma y se había lanzado a la conquista de ese mundo que se abría a sus pies. Tuve claro entonces que, yo pronto me convertiría en un accidente más en su vida, al cual tarde o temprano terminaría olvidando.

                Dicen que en la vida todo se paga y yo comprobé en esos años que era verdad. Había logrado eludir a la justicia humana pero me había olvidado de la otra, esa de la que tanto solía hablar mi madre cuando vivía y de la que nadie finalmente escapa. 


                Perdí la vista por completo un viernes 25 de Julio de 1995. Tenía veintiocho años.
 




 
Entrada publicada por SYD708 el domingo, 3 de marzo de 2013 .
Etiquetas: ,
 

0 comentarios :