Fueron los dos años más felices pero también,
los más espantosos de mi vida. Los que me dejarían la marca imborrable del amor
pero también durante los cuales me topé cara a cara, con el más cruel de mis
demonios. Fue cuando aprendí que hasta el amor tenía un precio y que la mayoría
de las veces suele ser impensablemente alto.
Supe
desde ese día en el que decidió quedarse, que el viaje hacia su corazón sería
lento y debía ser recorrido con sumo cuidado, ya que el camino que ella misma
me había mostrado, estaba lleno de remiendos cuyas costuras, supuse, no eran de
fiar. Durante los primeros meses, me limité a compartir con Arianne, tranquilos
paseos de tarde. Solíamos merendar y conversar largas horas en
uno de los rincones más privados de St
Anne. Se trataba de una vieja banca detrás del pequeño almacén de jardinería
que, rodeada de frondosos y enmarañados robles, ofrecía una vista casi privada
al pequeño estanque de los patos. Se convirtió en nuestro refugio, a salvo de las
miradas furtivas de los paseantes, mientras el sol caía en frente de nosotras.
Fue durante ese tiempo que supe de sus ganas de ser periodista.
–
Me encantaría viajar y entender de culturas lejanas, hablarle de ellas
al resto de nosotros. A veces siento que vivimos rodeados de tanta ignorancia -
me dijo.
–
¿Y por qué no lo haces?
–
Mis padres… no están de acuerdo.
–
¿Segura que es esa la razón?- inquirí.
Me
miró como avergonzada antes de contestar.
–
Yo soy la típica palomilla de ventana. Digo muchas cosas pero me limito
a mirar la vida desde la distancia, sin atreverme a hacer nada que no esté dentro
de lo considerado políticamente correcto para una “Señorita de Blue Ryar”. ¿Ya
ves? Qué bien me educaron mis padres – Guardó silencio pensativa un instante
antes de continuar- Supongo que el venir de una familia acomodada, te adormece,
no tienes necesidades que te empujen a buscarte la vida. Es muy fácil acomodarse
¿Sabes?... además heredé los miedos de mi madre.
–
Hay mucha gente que se busca la vida y se conforma con lo primero que
encuentra. Si te contara la cantidad de gente que conozco que odia sus trabajos
por ejemplo pero no hacen nada por cambiarlos… pero creo que en ti la cosa
todavía es reversible- le dije con una leve sonrisa al final.
–
¿Así? – contestó- ¿crees que podría llegar a ser periodista?
Me
incliné hacia ella y le acaricié el cabello. Tuve muchas ganas de besarla pero
me aguanté.
–
Yo creo que puedes ser lo que tú quieras. Solo te falta un empujoncito.
Arianne
me sonrió con ternura mientras me cogía de la mano y terminábamos de contemplar
otro atardecer más en Dublín.
Semanas
después, las meriendas comenzaron a salpicarse de caricias y besos que me las
ingeniaba para robarle. Como me gustaba besarla. Podía hacerlo por horas, hasta
que los labios se me cayeran a pedazos. Era como si, con cada beso una partecita
más de ella pasara a pertenecerme y esa
sensación de posesión creciente, no tardó en despertar en mi algo más fuerte
que la ternura. Arianne, consciente de ello, me apartaba suavemente y era en
esos momentos infames donde descubría en la profundidad de sus ojos; que gran parte
de ella, se encontraba aún perdida en recuerdos que no me pertenecían.
Sentí
entonces como la sombra de aquel fantasma, comenzó a cercarme, tanto que creí
percibir varias veces, su aliento caliente en mi nuca. Inmediatamente volteaba y
buscaba a aquella fiera al acecho entre los robles viejos del parque. Si, era
él, su maldito verdugo, él que me la arrebataba y me impedía reposar segura en
su corazón remendado.
El
ser consciente de esa presencia tácita, comenzó a afectarme. De la misma manera, como si me
administraran arsénico y fuera envenenándome lentamente. Podía sentir el veneno caliente
mezclándose con mi sangre, haciendo que mi pasión se tornase obscura, densa,
irrespirable. Fui anidando, además de mi amor por ella, un odio primitivo,
creciente. Un odio que sin darme cuenta, me arrastraba, volvía mis caricias
rudas y mis besos dolorosos, como si, aparte de hacerle el amor, herirla también
se estuviera convirtiendo en una imperiosa necesidad.
Me
haces daño – me decía entonces y yo regresaba a la realidad. La quedaba mirando
en silencio, aterrada por toda esa tormenta de sentimientos encontrados que
despertaba en mí y que me estaban arrastrando por los rincones más
asquerosos de mi alma. Sin embargo, Arianne lograba todas las veces, apaciguar
mis dudas y devolverme, si bien momentáneamente, al sendero de la ternura y del calor. Yo dejaba así, de hurgar sombras en sus ojos, prefería no
saber y abandonarme, aunque fuera de mentira, a ese abrazo protector. Ambas lo
necesitábamos. Fue por esa época, que descubrí lo solas que estábamos.
Habían
pasado casi ocho meses de ese constante lidiar con su corazón compartido,
cuando una tarde, la fiera apareció. Por lo general yo llegaba antes que ella a nuestras citas.
Pero ese día, Arianne me esperaba, sentada en nuestra banca, con la cabeza
hundida entre sus manos y su cuerpo aparecía como aplastado por una roca
inmensa. El aire me pareció impregnado de un olor a madera chamusqueada. Asfixiante. Cuando me miró, lo
supe. No estaba preparada para ese rostro lleno de remordimiento. Tuve que
obligarme a completar los pocos pasos que me separaban de ella. Me senté y
evité mirarla, esperando entre un sudor frío que me bajaba por la espina dorsal,
mi sentencia.
-
Quiere verme. Está en la ciudad desde ayer… - me dijo con voz trémula.
Guardé
un segundo de silencio. Un silencio que me atravesó como una brasa ardiente.
-
No puedo evitarlo… lo siento- agregó finalmente.
Cerré
los ojos y mis dientes rechinaron por la presión de mi mordida. Esta vez no reprimí el grito furioso que había ahogado en mi
garganta todas las veces que ella se me había perdido en esos recuerdos ajenos. Arianne trató de
calmarme pero no dejé que me tocara. Con la rabia transformada en lágrimas que
me chorreaban hasta el cuello, la miré. Todo lucía como envuelto en una gran mancha gris rata.
-
¿Cómo puedes creerle todavía?
-
Como te creí a ti…
-
Pero él no te quiere como yo ¡maldita sea!
Me
acerqué y traté de besarla. Ella se resistió y yo la forcé hasta que nos
encontramos cara a cara. Entonces vi dibujado en su rostro, la sombra de una
remota esperanza que él le había vuelto a despertar y a la que había decidido aferrarse. Reconocí en ella, mis
propios sueños. No pude decirle nada más y la solté derrotada. Arianne esperó
unos segundos y acarició mi mano helada. No me dijo nada más y simplemente se
marchó. Una vez más.
1 comentarios :
Necesitaba leer algo que me ponga las emociones a flor de piel, y volvi a tu blog, pocos libros o relatos consiguen desperar aquello que intento esconder.
Como dice Arianne, no lo puedo evitar, aun sabiendo que no es correcto, me dejo llevar, yo que nunca antes bebi aprendi a pasar horas en la barra del bar esperando que aparezca para charlar unos minutos y luego irme, sabiendo que no voy a ningun lado, controlando las ganas de escribirle a todo momento, y matando las horas en soledad con historias que cobran vida solo en mi cabeza.
Gracias por escribir como lo haces
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