St. Anne's Park - 7


              Me quedé inmóvil en esa banca hasta que oscureció y los vigilantes del parque me avisaron que estaban por cerrar. Deambulé no sé exactamente cuánto, sin un destino claro y con la realidad nublada. Era como si mi cuerpo se moviese solo, sin voluntad. Estar con Arianne, había sido como andar todo el tiempo al borde de un precipicio, consciente del vacío que podía alcanzarme en cualquier momento. Ahora ella me había lanzado a ese vacío con apenas un atisbo de remordimiento. Deambulaba por esas calles oscuras y frías de un Dublín que no llegaba a reconocer, esperando  que mi cuerpo tocara fondo y se destrozara de dolor.

                Presa de una tonta ilusión, durante la semana siguiente, no dejé de ir al parque, siempre a la misma hora, con la esperanza de que hubiera recapacitado. Pero ella no apareció.  Durante esos días, mi cabeza se vio inundada de visiones, que se sucedían una tras otra, con violencia. Arianne debajo de él, entregándose como una perra en celo, sin límites ni recatos. Él, ultrajando su cuerpo desnudo sin piedad, con sus manos toscas, ásperas, bebiendo de sus entrañas, dormitando en su piel, sintiendo su respiración haciendo eco en sus oídos. Ella saciando una y otra vez su lujuria hasta agotarlo, como una más de las mujeres con las que la había suplantado infinidad de veces. Y mientras tanto, ella le entregaría su amor, ese por el que yo seguiría retorciéndome en el abismo de la desolación. Decidió cambiarme por un verso pasajero, que ella se empecinaba en creer que era otra cosa.  

                Exhausta por un día más lidiando con los demonios que me carcomían el alma, me acosté finalmente en la cama, que a pesar de no ser muy grande, hacía tiempo que se me había hecho interminable. Creo que esa noche conocí la cara más clara de la soledad, ese reptil que se desliza por entre las sábanas dejando a su paso, un rastro viscoso negro que va cubriéndolo todo, hasta alcanzar mi cuerpo, filtrándose por mis poros y congelando mis huesos hasta no dejar ni un centímetro de piel sin dolor.

                En medio de mi guerra privada por sobrevivir, oí que llamaban a la puerta. Grité que me dejaran en paz y escondí la cabeza debajo de la almohada. Sin embargo los golpes no cesaron, volví a gritar con más fuerza hasta que finalmente se hizo el silencio. En eso, un grito ahogado se dejó escuchar desde la calle. Me senté en la cama, agudizando el oído y cuando estaba casi segura que había sido una de esas alucinaciones mías, su voz me llegó al alma.

                Me levanté de un salto y corrí a abrir. La encontré con la falda desgarrada y la blusa cubierta de lodo. Le faltaba un zapato y tenía el labio partido, sobre el cual se había formado una masa viscosa y negra de sangre reseca. La miré sin hacer nada. La furia almacenada, había raptado mis palabras y mi voluntad. Arianne se echó a llorar en mis brazos.

                La hice pasar, la senté al pie de la cama. Fui por una toalla y una jarra de agua y  se los entregué. Entre sollozos, comenzó a limpiarse el rostro.  Tomé distancia y clavé los ojos al suelo, tratando de amarrar como podía cualquier vestigio de compasión.

-        ¿Podrías abrazarme? – susurró- por favor…

                Apreté los ojos todo lo que pude y me esforcé por contener a mi corazón idiota, que estaba a punto de sucumbir. Arianne entonces se abalanzó hasta quedar abrazada a mis piernas y siguió arrojándome sus lágrimas. Quise gritar, quise huir despavorida para así olvidarla y dejar de ser la imbécil del cuento, esa a la que se recurre cuando no se tiene una mejor opción. Pero el sentirla tan desamparada y frágil, como un ciervo asustado en medio de un gran campo de caza, finalmente terminó por doblegarme y aparqué por un momento, el temporal espantoso de rencor y dolor que ella había desatado en mi.  Me arrodillé delante de ella y lentamente le limpié el labio partido. Para ese momento, se le había ya formado una  sombra morada alrededor.







                Supe que, al llegar más temprano a una de sus citas pactadas en el Caledonian, uno de los hoteles más lujosos de Blue Ryar, había sorprendido a su verdugo en la cama con dos meretrices de alto vuelo. Al reclamarle, él le había dejado en claro lo efímero de su relación y había terminado por invitarla a unirse al grupo. Arianne, al parecer habría perdido el control y se había abalanzado primero contra las mujeres para luego agredirlo a él. Este le respondió con un bofetón que le cruzó la cara, lanzándola al piso. Luego, la echó de su habitación, acabando así, salvajemente con sus ilusiones. Mientras me relataba su historia, me mantuve muy quieta a pesar de que por dentro el salvaje temporal se había desatado nuevamente.

                Tras llorar por un buen rato, volvió a abrazarme. Fue uno de esos abrazos que erizan pero a la vez duelen terriblemente. Lo mismo que las palabras que me dijo a continuación:

-        No voy a dejarte nunca. Te necesito tanto…

                Tuve claro, que se trataba de una de esas promesas que hace aquellos que ya no tienen nada que perder y se aferran al único madero flotando para no ahogarse. Sin embargo, al sentirla tan cerca de mí otra vez, ya no me importó. Una vez más preferí apostar a una vida junto a ella, que su ausencia. Y para ello debía asegurarme primero, que nadie volviera a arrebatarme lo que ya sentía mío por derecho.

                Después de verificar que el Bromazepan había hecho su efecto y estaba profundamente dormida, fui hacia el armario y con mis prendas, busqué armar el atuendo más provocativo posible.
Entrada publicada por SYD708 el sábado, 5 de enero de 2013 .
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2 comentarios :

Sandra dijo... | 8 de enero de 2013, 13:09

Me encanta como sabes jugar con las palabras,con los sentimientos y actos de tus personajes.
Pero lo que más me gusta es lo que me haces sentir cada vez que te leo, como sufro, como sonrío, como me enamoro con cada lectura. La sensación que me invade cuando tus relatos influyen en mis sentimientos (quizás me meto demasiado en las historias).
No dejes de escribir, es un placer leerte.

SYD708 dijo... | 14 de enero de 2013, 2:45

Gracias Sandra, por leer, por comentar y por tus palabras. No pienso dejar de escribir, me moriría creo.

Un abrazo