Lo encontré sentado al piano con mirada
lánguida mientras jugueteaba con las teclas. Además de canalla, era
dolorosamente guapo. El cabello despeinado justo lo necesario y un bronceado en
estudiado contraste con su barba emergente, le daban un aspecto de rebelde sin
causa, que junto a ese aire melancólico, era perfecto para engatusar a una
platea femenina, sensible y ávida de aventuras. Sin embargo, apenas crucé miradas
con él, pude darme cuenta de la lascivia que emanaba de sus ojos desvelados.
No
fue difícil seducirlo y convencerlo en salir a dar una vuelta en el coche. Tras media hora de demostraciones de destreza
al volante y caricias atrevidas de su parte, nos detuvimos en una zona de
parqueo desierta, al borde de la M14, cercada de matorrales y robles viejos. De
pronto, en un breve momento de lucidez, me vi ahí, a punto de ser devorada por
esa fiera hambrienta y me asusté. Quise huir pero él me lo impidió, arrastrándome
con violencia nuevamente dentro del coche. Apenas
me besó, todo mi entorno pareció nublarse. Tuve la sensación que me desprendía y
flotaba hacia arriba, hasta anclarme al techo, desde donde podía contemplar la
escena que se desarrollaba a mis pies. De forma casi mecánica; como si de una
marioneta se tratase; comencé a mover los hilos invisibles de ese cuerpo, mi
cuerpo, desprovisto de alma. Mientras él se movía como un salvaje encima de mí,
yo me concentré en barrer su piel con
mis dedos, con el único objetivo de recoger cada una de las caricias que ella le
había regalado, para guardarlas después en el bolsillo de mis sueños hasta el
día en que pudieran salir llevando mi nombre. Recuerdo que pensé que con ello
lograba limpiar la memoria de Arianne, aunque ahora; con la lucidez que dan los
años; puedo confesar que, más bien fue el
premio que me inventé para poder soportar la visión de verme cubierta de mierda
hasta las orejas.
Al
terminar de vaciarse, se durmió totalmente exhausto sobre el asiento del piloto.
Mi otro yo, aún de espectador, observó cómo me incorporaba y recogía mis piernas
mientras lo quedaba mirando. Su aliento a alcohol y a sexo, al mío, que bien
podía ser el de ella, me hicieron bajarme violentamente del coche. Al hacerlo, un
hilillo de líquido caliente me chorreó por la entrepierna. Las nauseas me
sobrepasaban mientras me vestía con el aire frío azotándome la espalda. Cogí
entonces mi bolso y saqué una pequeña manguera transparente, una de las que
usaba para construir mis sistemas de riego por goteo. La única cosa que había encontrado en casa lo
suficientemente larga y resistente para lograr mis propósitos. Sin embargo al ir
a abrir la puerta, sentí que me bajaba la presión y tuve que hacer fuerzas en
las piernas para no caer.
Respiré
profundamente, tratando de que el aire limpio llenara hasta el último rincón de
mis pulmones. Hundí los ojos en el
suelo, derrotada. Tuve que apretarlos para contener mis lágrimas, a la vez que
revivía, ya de vuelta en mi cuerpo, esos besos babosos, sus manos toscas
reventando las costuras de mi trusa y toda su humanidad moviéndose dentro mío
hasta dolerme. Me mordí una mano para no
gritar. Entonces, recordé sus ojos inundados de tristeza y una frase retumbó en
mis oídos: No puedo evitarlo… lo siento…
Casi
de forma mecánica, fui hasta la parte de atrás del coche y abrí el maletero. Examiné
el contenido con frustración. Aparte de la gata y la llave de ruedas, solo
había una galonera vacía. Recordé entonces
la manguera escondida en mi bolso.
Para
cuando el líquido palo rosa, comenzó a fluir hacia el recipiente, había ya
recuperado el aliento. Lo llené a tope. Volví a coche y me cercioré de haber
recogido todas mis cosas. Rocié el interior con el combustible, incluido a él,
como si fuera parte de la carrocería. Le prendí fuego y me alejé. Creo que
gritó. No estoy segura. Cien metros más allá escuché una explosión y luego un
gran resplandor que aclaró unos segundos, el inmenso camino que se me abría por
delante. Nunca me volví.
Hice todo el trayecto de vuelta a pie. Cuando divisé mi edificio, había comenzado a amanecer. Todo a mi alrededor era confuso, aparecía difuminado, como formando una aureola gris y moviéndose en otro tiempo. Tenía los huesos entumecidos por el frío y la cabeza me pesaba de cansancio. Entré en casa y divisé a Arianne en mi cama. Aún seguía bajo los efectos del somnífero. Entonces me encerré en el baño y me detuve frente al espejo. Las imágenes por fin parecieron aclararse. Me miré un buen rato, notando como mi rostro lucía tosco e inexpresivo, como la de un cadáver sin voluntad. Tenía los ojos inyectados pero mi respiración era calma, casi imperceptible. Me horroricé al no reconocerme. Acababa de asesinar a un hombre y por mucho que hurgué esa noche, no pude hallar ni el más mínimo rastro de remordimiento.
1 comentarios :
Desgarrador...
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