St. Anne's Park- 8


              Lo encontré sentado al piano con mirada lánguida mientras jugueteaba con las teclas. Además de canalla, era dolorosamente guapo. El cabello despeinado justo lo necesario y un bronceado en estudiado contraste con su barba emergente, le daban un aspecto de rebelde sin causa, que junto a ese aire melancólico, era perfecto para engatusar a una platea femenina, sensible y ávida de aventuras. Sin embargo, apenas crucé miradas con él, pude darme cuenta de la lascivia que emanaba de sus ojos desvelados.

                No fue difícil seducirlo y convencerlo en salir a dar una vuelta en el coche.  Tras media hora de demostraciones de destreza al volante y caricias atrevidas de su parte, nos detuvimos en una zona de parqueo desierta, al borde de la M14, cercada de matorrales y robles viejos. De pronto, en un breve momento de lucidez, me vi ahí, a punto de ser devorada por esa fiera hambrienta y me asusté. Quise huir pero él me lo impidió, arrastrándome con violencia nuevamente dentro del coche.  Apenas me besó, todo mi entorno pareció nublarse. Tuve la sensación que me desprendía y flotaba hacia arriba, hasta anclarme al techo, desde donde podía contemplar la escena que se desarrollaba a mis pies. De forma casi mecánica; como si de una marioneta se tratase; comencé a mover los hilos invisibles de ese cuerpo, mi cuerpo, desprovisto de alma. Mientras él se movía como un salvaje encima de mí,  yo me concentré en barrer su piel con mis dedos, con el único objetivo de recoger cada una de las caricias que ella le había regalado, para guardarlas después en el bolsillo de mis sueños hasta el día en que pudieran salir llevando mi nombre. Recuerdo que pensé que con ello lograba limpiar la memoria de Arianne, aunque ahora; con la lucidez que dan los años;  puedo confesar que, más bien fue el premio que me inventé para poder soportar la visión de verme cubierta de mierda hasta las orejas.

                Al terminar de vaciarse, se durmió totalmente exhausto sobre el asiento del piloto. Mi otro yo, aún de espectador, observó cómo me incorporaba y recogía mis piernas mientras lo quedaba mirando. Su aliento a alcohol y a sexo, al mío, que bien podía ser el de ella, me hicieron bajarme violentamente del coche. Al hacerlo, un hilillo de líquido caliente me chorreó por la entrepierna. Las nauseas me sobrepasaban mientras me vestía con el aire frío azotándome la espalda. Cogí entonces mi bolso y saqué una pequeña manguera transparente, una de las que usaba para construir mis sistemas de riego por goteo. La  única cosa que había encontrado en casa lo suficientemente larga y resistente para lograr mis propósitos. Sin embargo al ir a abrir la puerta, sentí que me bajaba la presión y tuve que hacer fuerzas en las piernas para no caer.

                Respiré profundamente, tratando de que el aire limpio llenara hasta el último rincón de mis pulmones.  Hundí los ojos en el suelo, derrotada. Tuve que apretarlos para contener mis lágrimas, a la vez que revivía, ya de vuelta en mi cuerpo, esos besos babosos, sus manos toscas reventando las costuras de mi trusa y toda su humanidad moviéndose dentro mío hasta dolerme. Me mordí una  mano para no gritar. Entonces, recordé sus ojos inundados de tristeza y una frase retumbó en mis oídos: No puedo evitarlo… lo siento…   

                Casi de forma mecánica, fui hasta la parte de atrás del coche y abrí el maletero. Examiné el contenido con frustración. Aparte de la gata y la llave de ruedas, solo había una galonera vacía.  Recordé entonces la manguera escondida en mi bolso.

                Para cuando el líquido palo rosa, comenzó a fluir hacia el recipiente, había ya recuperado el aliento. Lo llené a tope. Volví a coche y me cercioré de haber recogido todas mis cosas. Rocié el  interior con el combustible, incluido a él, como si fuera parte de la carrocería. Le prendí fuego y me alejé. Creo que gritó. No estoy segura. Cien metros más allá escuché una explosión y luego un gran resplandor que aclaró unos segundos, el inmenso camino que se me abría por delante. Nunca me volví.

   
              Hice todo el trayecto de vuelta a pie. Cuando divisé mi edificio, había comenzado a amanecer. Todo a mi alrededor era confuso, aparecía difuminado, como formando una aureola gris y moviéndose en otro tiempo. Tenía los huesos entumecidos por el frío y la cabeza me pesaba de cansancio.  Entré en casa y divisé a Arianne en mi cama. Aún seguía bajo los efectos del somnífero. Entonces me encerré en el baño y me detuve frente al espejo. Las imágenes por fin parecieron aclararse. Me miré un buen rato,  notando como mi rostro lucía tosco e inexpresivo, como la de un cadáver sin voluntad. Tenía los ojos inyectados pero mi respiración era calma, casi imperceptible. Me horroricé al no reconocerme. Acababa de asesinar a un hombre y por mucho que hurgué esa noche, no pude hallar ni el más mínimo rastro de remordimiento.  
Entrada publicada por SYD708 el lunes, 14 de enero de 2013 .
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