St. Anne's Park - 13


    Tiré del alambre y lo anudé hasta dejarlo anclado a la base de corcho redondo. Al terminar, repasé con mis dedos la forma de madera, cerciorándome de que todo tuviera el tamaño preciso. Me levanté entonces de la mesa y caminé los cuatro pasos y medio que me separaban del estante. Tanteé con cuidado hasta encontrar un espacio vacío y coloqué la miniatura sobre la repisa. Fue entonces que sentí la puerta de la calle.  

-          Llegas tarde Patrick- comenté.

-          Siempre me pillas, ¿Cómo lo haces?

-          Porqué pasadas las ocho, me suenan las tripas.

-          Ya… voy a preparar algo de desayunar entonces- sentí que se alejaba cuando agregó- ¡Guau! Qué bonito te quedó ese, ¿una lechuza verdad?

-          Si…

-          Me gustan las aves nocturnas – dijo.

-          A mí también. Quien tuviera la misma destreza para volar en la oscuridad… - repuse mientras me asomaba al balcón para sentir el viento helado en la cara.

-          ¿Tienes una idea de cuantas mini esculturas llevas?

-          Mil ochocientas– contesté.

-          Estaba seguro que sabrías – afirmó con tono divertido.

-          No hay ningún misterio, termino una cada dos días. Si eso lo multiplicas por diez años y le restas los días que estuve enferma, ¡voilá! 

-          Vaya… creo que te contrataré para que me ayudes con mi contabilidad personal.

-          Tu contabilidad personal se verá afectada muy pronto sino haces algo de desayunar.

-          ¡De inmediato jefa!

                Sonreí al escucharlo golpear sus talones uno contra el otro como un militar antes de meterse en la cocina. Patrick llevaba tres años ocupándose de mí por las mañanas. Una nutrida fila de cuidadores desfilaron antes que él y a decir verdad, ninguno duró  más de un par de meses. Fue el único que no me trató como a un adorno obsoleto e inservible y más bien mostró una genuina vocación por ayudarme a que mis días fueran más llevaderos. Era un muchacho sensible,  espabilado, que sabía cuando ser discreto, lo cual me acomodó enseguida. Era además divertido y muy pronto terminó por ganarse mi afecto. Era el único amigo que hice y mantuve desde que empezó mi ceguera.

                Esas primeras horas del día eran las que más disfrutaba, cuando el café inundaba el departamento con ese aroma que tenía el poder de abrigarlo todo y ahuyentaba por momentos los fantasmas de mi soledad. En esos años que llevaba viviendo en la sombras, a parte del sentido del tacto, mi olfato se había desarrollado muchísimo. Había aprendido a leer el mundo a través de sus olores. Casi todos asociados a algún recuerdo de mi vida anterior y que terminaban por gatillar en mí sentimientos de todo tipo. El olor dulzón del verano me daba sosiego o el de madera húmeda  del invierno, que terminaba siempre sumergiéndome en la melancolía de las cosas perdidas. El chocolate recién hecho me devolvía la sensación de hogar y los jazmines me recordaban a ella. Los olores tenían la propiedad de hacerme viajar por todos los estados posibles y era a través de ese viaje, que podía comprobar que aún quedaba algo que funcionaba dentro de este corazón viejo y remendado.

                Esa mañana desayunamos en medio de la acostumbrada lectura que Patrick me hacía de un selecto grupo de diarios que él cuidaba siempre de comprar, camino a casa.

-          La misma mierda de siempre – resoplé.

-          Siempre me dices lo mismo cuando leo sobre política.

-          ¿Pero qué quieres? si todos los dirigentes estos,  son una sarta de rastreros avaros y codiciosos- agregué con fastidio.

-          Bueno ya. Pasemos a algo que no despierte tanto tu lado subversivo.

-          Arianne me decía lo mismo… que tenía un lado subversivo…

   Por un momento breve, guardé silencio mientras mi cabeza se perdía en la nebulosa de mis recuerdos. Sentí entonces que él acariciaba mi mano con afecto.

-          Bueno va… dale, cultura que nos viene bien para desasnarnos- dije en un intento por sacudirme ese brote súbito de melancolía.

-          Pues…la verdad, no hay nada de interesante… el cine… no salimos de la mierda de Harry Potter y sus secuelas…ohh… la semana que viene hay un concierto de Bach! Tenemos que ir- me propuso entusiasmado.

-          ¿Mejor porque no llevas a Samanta?

-          Porque ya no estoy con ella.

-          ¿Qué? Pero si hasta hace dos semanas querías bajarle la luna.

-          Ya… me equivoqué, muy superficial.

-          Ya… a mí se me hace que eres demasiado perfeccionista.

-          No lo creo… ¿sabes? a mí me pasará como a ti- afirmó.

-          ¿A qué te refieres?

-          Que cuando vea a la chica de mis sueños, lo sabré enseguida.

                Tuve el impulso de responderle. De decirle que no le deseaba tal suerte, que era preferible sentir algo cotidiano y tranquilo, que un amor inmenso y desbocado, capaz de hacernos perder la razón. Pero callé, callé porque finalmente yo no tenía ningún derecho a matarle la ilusión.

-          Bueno va, lee… - le dije entonces.

-          Hay un evento del Irish Independent en el Hilton. La vigésima quinta premiación a los más destacados periodistas del año y como coincide con las bodas de plata del periódico, pues han decidido tirar la casa por la ventana. Va venir mucha importante. Aquí mencionan…a ver al Times, a los del Guardian, la BBC… ¡guau! Parece que va estar muy interesante. Aquí está la lista de premiados. Johnny Tyler por la disertación sobre el calentamiento global, Brian Zeppa por el documental del IRA, varios premios a mejores entrevistadores de la farándula... y darán a conocer al que se lleve el titulo del periodista del año. Es una terna, Johnny Tyler otra vez, Armando Johnson por el reportaje sobre el aborto y…

Patrick guardó silencio de pronto. Casi de inmediato sentí una tensión poco usual en él que flotaba en el aire.  

-          ¿Qué te pasa?- Le pregunté extrañada.

-          Nada es que… tengo sed, ¿Quieres algo de tomar?- me dijo con clara intención de cambiar de tema.

-          ¿Patrick que pasa? – insistí. El siguió en silencio y muy quieto. Me comencé a inquietar- Habla de una vez, ¿Quieres?

-          Van a premiar a la periodista Irlandesa que realizó el documental sobre los veteranos del conflicto de Irlanda del Norte. Ese que jodió a medio país ¿te acuerdas?

-          Si claro, imagino que por el cambio de gobierno, ya pueden decir quien lo hizo. Mira tú, nunca sospeché que el Independent lo hubiera financiado.

-          Pues, aquí ponen el nombre de la periodista… Arianne Reynolds.

                Me quedé quieta, tratando de contener el vuelco súbito que acababa de sufrir mi corazón. Por un momento pensé que iba a ahogarme mientras mis latidos retumbaban violentamente en mis oídos. Hice un esfuerzo por controlar con mi respiración, esa tormenta violenta que el saberla de regreso me había provocado. Finalmente la taquicardia cesó y dio paso a sendas lagrimas que bañaron mi rostro. Sonreí.

-          Así que Arianne hizo ese reportaje…

-          Si… aquí hay una foto de ella.

-          ¿Dónde?

                El extendió el diario sobre la mesa y guió mi mano hasta el papel. Yo repasé esa zona con mis dedos, como si con ello pudiera acariciarla. Cerré los ojos buscando una imagen suya, una de las tantas que solía traer a mi cama por las noches o poblar mis sueños desde hacía tanto. Por primera vez, todos esos recuerdos que había guardado con el cuidado de quién vigila su tesoro más preciado, no me fueron suficientes.  

-          ¿Me la puedes describir? – le pedí casi sin voz.

-          Tiene el cabello largo hasta los hombros, liso, muy negro. Algunas canas lo salpican. Su rostro es delgado y anguloso, muy blanco, tiene líneas de expresión, de esas que le salen a uno que suele arrugar la frente. Lleva un jersey color azul, con cuello alto. Sus ojos son…

-          Azules, casi transparentes, que te miran como traspasándote…

-          Si… es muy guapa.

-          Lo sé… - le dije entre las lágrimas que me brotaban sin reparo. Él me extendió un Kleenex.- ¿sabes Patrick? Hasta ahora había pensado que estar sin ella había sido el mayor castigo que podía recibir en esta vida, pero me equivoqué. Mi mayor castigo es justamente este, el no poderla ver otra vez, reconocerla, descubrir sus rasgos nuevos, que las marcas de su rostro me cuenten su historia, esa que me perdí, que ya no me pertenece… no tienes una idea de cómo duele.


                En eso sentí que se acercó a mí y me abrazó con fuerza. Al principio intenté resistirme pero finalmente me abandoné y él me sostuvo. Lloré un buen rato, hasta que finalmente pude respirar hondo y largo.

-          ¿Y si vamos de incognito a la ceremonia?- Me propuso sorprendiéndome- No podrás verla pero si escucharla…

-          ¡Te volviste loco!

                Exclamé tajante, antes de levantarme de improviso y alejarme todo lo que podía de él y su proposición descabellada.
Entrada publicada por SYD708 el martes, 5 de marzo de 2013 .
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1 comentarios :

Sandra dijo... | 2 de marzo de 2013, 23:02

Cada vez estoy más enganchada,jeje